Esperanza Final

 (Nota del autor: Esta es, probablemente, la historia más surrealista y extraña que he parido. No estaba bajo los efectos de ninguna droga ni nada)

En una zona remota, existe un país ficticio llamado Trutanga.

Como todos los días, el sol brillaba con la intensidad acostumbrada y los habitantes de la pequeña villa de Kawalabamkuneque (se tarda más en pronunciarla que en recorrerla) trabajaban en sus campos dónde cultivaban una especia llamada Asémeja, un tipo de especia que, por exigencias del guión, sólo se daba en esa región y era comercializada por el todo el mundo por sus propiedades psicotrópicas.

Sin previo aviso, unos jeeps entraron de forma brusca y violenta en la zona de trabajo y unos hombres armados con rifles saltaron de los jeeps (excepto uno que se cayó con el frenado en seco). Rápidamente, con maniobras practicadas hasta la saciedad rodearon a los Kawalabamkunequenses y les apuntaron con sus rifles.

— Ya puede bajar jefe — ladró uno de ellos.

La puerta de un jeep se abrió.

Una bota de cuero negro pisó el suelo como si tuviera algo contra él. Un tipo alto, fornido, marcado con múltiples cicatrices, mala cara y gafas de sol, acompañaba a la bota.

Dio una calada al puro que mantenía en la boca y lo tiró con agresividad al suelo.

— Escuchadme todos. Sé que en este pueblo cultiváis Asémeja. Quiero toda la producción de esa especia, así que a partir de ahora vais a trabajar para mí… como esclavos — gritó — . A no ser que… consigáis cinco mil Likes apoyándoos en veinticuatro horas. ¡Mua ja, ja, ja, ja, ja! — rió malvadamente.

— ¡Eso son demasiados Likes! — dijo una mujer por lo bajo.

— ¡Nunca podremos conseguirlos! — se lamentó otra persona que no salía en el encuadre.

— Estamos perdidos. La Asémeja es nuestra única forma de vida — añadió un anciano.

— No te preocupes, alguien nos salvará — le respondió un anciano modelo típico.

— ¡Oh! Y ahora,  ¿quién podrá defendernos?

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A muchísimos kilómetros de allí, los habitantes de un país bendecido por la civilización moderna, embutidos en el fast-consuming y preocupados por necesidades más altivas como modas, ofertas, estados de Facebook, Twitter y Wasap y kebabs de chiringuito, estaban demasiado ocupados para escuchar el llanto de opresión de la pobre gente de Kawalabamkuneque.

Nadie podía ayudarlos.

¿Nadie? No.

Existe alguien capaz de sentir la llamada en necesidad de cantidades excesivas de Likes.

Un hombre que siente como su Sentido Like se le activa.

Un heroe con cuya astucia no contaban.

Felipe Treo había sido una persona normal durante toda su vida, uno más entre las masas que forman la ciudadanía. Pero algo ocurrió en su vida que la transformó radicalmente, dándole un giro de 180º a la sombra. Un día se pasó incontables horas en espera del servicio de atención al cliente de una compañía de telefonía. Esto le produjo un tumor que por algún extraño motivo fue reabsorbido y le proporcionó superpoderes asombrosos y cutres que decidió poner al servicio de la humanidad y hacer de este un mundo mejor.

Alguien necesita cantidades imposibles de Likes” pensó Felipe Treo, en su oficina de periodismo de `El Mundo Yesterday´ cuando su octavo sentido se le activó. “Esto es un trabajo para…” dejó su puesto a riesgo de perder el trabajo (algo que nunca pasaba por algún motivo todavía no claro) para irse al WC urgentemente.

A los pocos segundos de él apareció el nuevo Superheroe del siglo XXI: ¡SuperLikeman!

— ¡SuperLikeman! — decía el personal de la oficina de el “Mundo Yesterday”.

La gente lo vitoreaba y aplaudía cada vez que emergía del retrete publico.

— Gracias, pero tengo trabajo que hacer, alguien me necesita. El tiempo se agota — agradeció a sus fans, y corrió a tomar el ordenador que Felipe había dejado vacío, como cada vez que SuperLikeman aparecía.

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Activó sus superpoderes y comenzó a trabajar.

— Ajá — dijo — . Aquí está. Un poblado necesita cinco mil Likes para evitar ser esclavizado. Alguien debe hacer algo y sólo yo puedo hacerlo con mis poderes de viralización, generación espontánea de Gifs y manejo del Photoshop a nivel Usuario, con lo que convenceré a otras personas para que le den Likes aunque no sepan de que va.

Se puso manos a la obra y con una velocidad endiablada los memes “¿Me estas diciendo que en tu país…?” , imágenes de gatitos con frases de apoyo a Kawalabamkune y textos larguísimos que empezaban con “sé que poca gente compartirá esto en su muro, pero…” comenzaron a inundar la red.

Los Likes empezaron a acumularse. Los mensajes se compartían. Cruzaban las fronteras invisibles de el espacio virtual. Los 0 y los 1 se volvían locos (incluso apareció algún decimal). Otras personas se le sumaban compartiendo sus creaciones o diseñando nuevas de su propia cosecha.

2542 Likes. 11 horas y bajando.

3134 Likes. 6 horas y bajando.

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— Jefe. Los Likes para salvar al pueblo están creciendo de forma absurda — dijo uno de los secuaces.

— ¡Nunca podrán conseguirlo! No si saben que cuando yo les venda Asémeja podrán drogarse a menor precio. Mua ha ha ha ha ha. ¡Twittealo imbécil! Que sea trending topic mundial.

A los pocos minutos el posible abaratamiento de la especia era retwitteado por toda la web y los Unlikes contrarrestaban los Likes de SuperLikeman. Numerosos memes de gente disfrutando casi gratuitamente de la Asémeja circulaban y, aunque no eran tan rápidos como los creados por Superlikeman, eran legión.

2535 Likes. 4 horas y bajando.

— ¡Cáspita! — maldijo — . La gente de los países civilizados están contraatacando. ¡Prefieren disfrutar de sus lujos a precios bajos a costa la esclavitud de los pobres Kawalabamkunequenses! Tendré que recurrir la empatía por las causas del débil, y para ello recurriré a mi superpoder más poderoso… ¡el vídeo viral! ¡Qué el número de las masas  me dé la razón!

Usando un programa de edición de vídeo, en pocos minutos montó un corto emotivo, con música de piano de sólo tres notas, en blanco y negro con alto contraste, sobre un estudio social sin ningún valor o rigor científico en absoluto, pero en el que evocaba el lado emocional de las masas y las hacia actuar como una sola mente, causando furor y reenviándose por todas las redes sociales a velocidad supersónica sumando Likes como si no hubiera un mañana.

— Gracias a mi Supervideo-viral estoy consiguiendo los Likes que necesito para salvar a ese pueblo.

3846 Likes. 2 horas y bajando.

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— No lo va a conseguir — gemía la mujer.

— Confía en los Likes. Los Likes nos salvarán — respondió el anciano estándar.

4784 Likes. 3 minutos y bajando.

SuperLikeman añadió un #gatitos

4812 Likes. 40 segundos y bajando.

5001 Likes. Fin del tiempo.

— ¡Lo conseguí! — exclamo SuperLikeman —. Salvé al pueblo de ese demente. Otra vez el bien y la libertad ha prevalecido gracias al poder de las redes sociales y fenómenos virales.

— ¡Bien! ¡Viva SuperLikeman! — vitoreaba la gente.

— Jefe… Lo han conseguido. Consiguieron los cinco mil Likes. Hemos fracasado.

— ¡Maldito SuperLikeman! ¡Malditooooooooooo! — gritó el jefe de los bandidos al aire.

Un plano desde arriba lo enfocaba, alejándose y haciéndolo más pequeño, pasando a un plano del terreno, el país, planeta, sin que el sonido de su grito descendiera.

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Imagen pertenece a Jago y todo el crédito le pertenece a él

Kawalabamkuneque podía seguir viviendo en libertad y felicidad.

Por lo menos hasta que alguien pidiera demasiados Likes.

Pero… ¿habría alguien tan loco como para atreverse a pedir…diez mil Likes?

Fin…?
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3 comentarios sobre “Esperanza Final

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