Me gusta trabajar en una cafetería, entre otras cosas, porque me permite observar a la gente. En realidad, no lo hago adrede, no vengo aquí a espiar a nadie escondido tras el estante de los “curasanes”. Me pasa a menudo sin poder evitarlo. Estoy con mi trabajo y mis ojos se van a cualquier cosa que se mueva. Si la gente hace algo, es moverse, atrayendo mi atención. Aunque esté haciendo un café, esté “stimeando” la leche, atendiendo un cliente, limpiando… da igual, mi atención tiene personalidad propia y se va a donde le da la gana.
Pero esto tiene sus ventajas. Me permite estar al tanto de lo que pasa a mi alrededor en todo momento, mientras el resto de la gente, centrada en una sola cosa se pierde el mundo alrededor.
Además, saco conclusiones. Por ejemplo, los clientes regulares (que son la mitad) tienden a sentarse en el mismo sitio. Si está ocupado, se ponen en el más cercano al acecho para recuperar su terreno perdido a la primera oportunidad. Cuando uno llega por primera vez, con media cafetería libre para elegir, dedica su tiempo a contemplar todas las opciones donde pondrá el huevo. Al principio pensaba que era absurda tanta decisión para sentarse en una mesa si son todas iguales. Entonces desarrollé una teoría: ¿Y si realmente la gente emana energía e impregna los sitios donde han estado? Entonces, pensé, cuando alguien elige un sitio, de forma inconsciente, ¿ha sentido la energía del anterior ocupante y se siente atraído por algún tipo de simpatía? Quizá ese rato que pasan observando, decidiendo donde sentarse, es porque andan buscando esa energía simpática dejada por un semejante. A veces, algunos potenciales clientes se han ido tras dedicar unos minutos a este examen. ¿No había ningún lugar impregnado con la energía que necesitan? Misterio.
Este tipo de pajas mentales ocupan mi mente constantemente sin pedir permiso.
Pero la teoría de las vibraciones a veces parece cumplirse. Como digo, la gente se sienta siempre en el mismo sitio si es posible. Bob Dylan se lleva un hot chocolate sin crema a un rincón del fondo. No es realmente Bob Dylan, pero se le parece mucho. Un chico que viene todos los jueves a editar videos con sus dos buenos lattes, uno tras otro, se sienta en la mesa del medio, aunque está coja y siempre le calza un cartón en la pata. La señora Reme se pone junto a la ventana, la tercera mesa desde la puerta, tras hacer la compra y se toma su café americano. Podría seguir eternamente.
En algunos casos, he visto como diferentes regulares se ponen en el mismo sitio, pero en diferentes momentos. Por ejemplo, en la mesa coja, donde se pone el editor de los jueves, también se sienta la estudiante de los martes (latte de soja en una taza take away para mantenerlo caliente más tiempo. Nota: no funciona). Se coloca en la mesa y la llena de papeles, libros y apuntes. Entonces, me planteo si esos regulares se retroalimentan con la energía dejada en ese sitio por otro anterior.
Un día pasó algo que podía confirmar mis teorías. Debía ser jueves por la tarde, porque el editor de videos estaba en su sitio. Tras equilibrar la mesa, estaba haciendo sus cosas. Cuando aún iba por su primer latte, la estudiante de los martes, la del latte en taza para llevar, entró. Quizá había cambiado de horario. Ahora, su mesa habitual estaba ocupada por el editor. Mi interés científico me hizo olvidar de todas mis responsabilidades.
La estudiante quedó plantada junto a la mesa, con la taza de cartón negro en la mano, pensando buscando otra mesa sin decidirse por ninguna, pese a haber otras mesas libres.
Miró alrededor y, por fin, le habló al editor. No pude oír nada con el maldito escándalo de fondo; cuando hay varios sonidos y voces, se me hace todo una masa de ruido indescifrable. Pero por lo que pude deducir, le estaba preguntando si podían compartir la mesa. El chico pareció algo confuso pero accedió. Una vez la estudiante se sentó, descubrió con sorpresa que la mesa no cojeaba. Intercambiaron algunas palabras al respecto.
¿Era la única mesa en toda la cafetería impregnada de las energías compatibles con las suyas? Lo más interesante ¿compartían estas dos personas las mismas vibraciones y eso les llevó a hacer lo propio con el espacio? ¿Les llevó esa afinidad vibracional a compartir la mesa sin problemas? Sería cuestión de ver que pasaba.
El resto de la tarde no se hablaron, cada en sus asuntos. Simpatía energética 1, vacío existencial 0.
Pero, pasó algo curioso. Como había supuesto, el horario de la estudiante de la taza para llevar debió de cambiar porque volvió a aparecer el jueves. Como acabas por saber el día y hora por los clientes, esto es algo confuso.
Si el matrimonio de jubilados de los cortados entra por la puerta, sabes que es sábado medio día. El tipo de gafas con bigotito de villano de película antigua con un latte estándar marca las once de los martes. ¿El indio con peluquín y dos lattes con sirope de vainilla? Debe ser domingo. Madre agobiada tirando de carrito de bebé que siempre pide take away, lunes por la tarde cuando toca ir limpiando para el cierre. Deberían hacer relojes con la cara de los clientes en lugar de números.
¿Por dónde iba? Da igual.
La estudiante llegó y, otra vez, encontró al editor en la mesa. Creo que le dió vergüenza decirle algo otra vez y se quedó plantada buscando otro sitio sin éxito. En este caso fue el editor de los dos lattes quien le ofreció compartir la mesa.
Simpatía energética 2, vacío existencial 0.
Esto se convirtió en una especie de costumbre. A partir de entonces, compartían mesa semana tras semana. La estudiante de los martes seguirá llamándose así aunque venga los jueves pues el asunto de los nombres es así; una vez te has ganado uno, es para siempre.
Lo interesante es que, con el paso del tiempo (no mucho, no creas), empezaron a hablar. No sé ni como empezó, porque estaba a lo mío, es decir, observando a otra gente o perdido en mis pensamientos, pero me di cuenta de que de vez en cuando hablaban.
Unos cuantos indios con peluquín con su latte de vainilla más tarde, estas frases eventuales se habían convertido en pausas para conversar. Se saludaban al verse y se despedían cuando uno de ellos se iba (normalmente el editor).
Como soy un cotilla, conseguí enterarme de algunas cosillas sobre sus vidas. Él se dedica a editar videos para tiktok, es un creador de contenido, y le gusta hacerlo en la cafetería para salir de casa. Ella estudia historia del arte. Encuentro una cierta relación. Lo clásico y lo moderno se habían encontrado en una mesa de cafetería.
No me parece algo tan descabellado, a fin de cuentas, muchos conceptos artísticos modernos siguen basándose en los clásicos. Mira a todos esos flipados de Instagram usando filtros para dar un toque vintage a sus fotos. Igual es un mal ejemplo, pero da igual.
Mi teoría de las energías parecía corroborarse. Se sentaban en el mismo sitio atraídos por sus mutuas vibraciones (digo yo). Además, por lo que pude ver por encima de sus hombros, efectivamente, ella le daba consejos sobre composición clásica y cosas así. Luego él lo usaba de forma más moderna en sus ediciones.
Por desgracia no pasaba lo mismo con otras mesas. No coincidían otros clientes de diferentes líneas temporales en el mismo sitio, así que solo esta pareja eran mis conejillos de indias.
No obstante, el tema iba de maravilla. Ambos habían hecho amistad.
El nobel me lo gané el día en que los dos llegaron a la vez.
Iban cogidos de la mano.
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