Este relato forma parte del mundo de ficción «Heroes di Palo«
–Cuando se es un dios, no es preciso aportar argumentos–
-Nota a pie de página. –Mort–. Terry Pratchett
En muchas religiones es costumbre sacrificar animales o personas para ganar el favor de algún o varios dioses, ya sea para tenerlo contento o para beneficiar la cosecha. Esta simpática práctica se empezó a realizar hace una cantidad absurda de tiempo y prácticamente no se recuerda cómo surgió la idea, pero eso no detiene a nadie de seguir haciéndola. Probablemente sea por tener una excusa para cargarse a alguien, ya que realmente no hay datos sobre que nadie haya sacrificado un botijo o una berenjena.
No obstante quisiera romper una lanza a favor de esta práctica y decir que realmente tiene un origen más o menos serio (a ver, estamos hablando de dioses, así que no puede haber algo cien por cien serio, admitámoslo).
Hace muchos, muchos años, no existía una religión como las hay hoy día. Se adoraba a la naturaleza, fenómenos naturales y los espíritus que los encarnaban, con Shámanes, Druidas y similares haciendo de intermediarios. Aun así no era un credo estricto, era más bien un tipo de relación de buen rollo y respeto mutuo. Yo no abuso de la deforestación y vosotros nos proveéis de alimento y materia prima.
¿Y cómo de este estado de equilibrio sin exigencias se llegó a rajar al personal para beneficiar la agricultura? Pues según se ha ido remontando, el origen fue más o menos así…
Un día, los dioses[2] se aburrían someramente. Y cuando esto pasa, empiezan ocurrir cosas extrañas, como Australia o las patatas con sabores a cosas.
–Me gustaría saber por qué tenemos que estar aquí dando el callo, procurando bosques, lluvias y demás faena para favorecer a esos papanatas. Míralos… les mandas una lluvia y se ponen como locos– refunfuñó un dios mirando al mundo a través de un Espejo Onírico
–Es nuestro trabajo, deja de quejarte. Alguien tiene que mantener un equilibrio ecológico en el mundo – le respondió otro, sin dejar de prestar atención a sus tareas diarias de controlar el correcto crecimiento de los árboles y su multiplicación.
–Ya, claro. Aquí estamos, trabajando sin parar, ocupándonos del mundo que han creado las Entidades y para nada – tras unos minutos de silencio añadió –. Es que ni una maldita propina nos llevamos.
–Deja de darle vueltas y manda un aguacero allí que están secándose.
–Pero digo yo… ¿qué tiene de malo sacar algún beneficio de esto? No creo que a las Entidades les importe, ni tampoco a los Dioses Superiores, ¿no? Lo que les importa es que lo que pase en el mundo de los Mortales sea divertido y entretenido a fin de cuentas.
Tras dedicar unos segundos a inspeccionar y asegurarse de que unas semillas estuvieran arraigando bien en un bosque en un rincón del mundo, el otro preguntó
– ¿Qué tienes en mente?
…
Mundo de los mortales, unos minutos después.
Érase una vez, hace muchos, muchos años, había un pequeño pueblecito pesquero al borde del mar (nos ha jorobado, si es pesquero no va a estar en mitad del monte). Las gentes del lugar vivían de lo que ellos mismos conseguían ya que todavía no existía ni el dinero, ni comercios ni nada, por lo que la pesca y cultivos eran el centro de su vida, pero todo iba sobre ruedas con sus trueques y vivían sin preocupaciones, ni estrés, ni hipotecas, ni nada.
Un día como otro cualquiera, los mozos del pueblo estaban en el puerto, preparando las cosas para salir a faenar, hablando sobre anzuelos y sedales con total normalidad.
De repente, el cielo se cubrió de oscuras y misteriosas nubes, causando la expectación de los marinos.
–Que nubes más misteriosas– exclamó alguien.
–Y oscuras– respondió otro alguien.
–Y además ha sido de repente.
– ¡Estamos expectantes!
Entonces, una luz blanca y brillante brotó desde un punto del cielo. Dos figuras descendieron agitando lentamente unas alas enormes de plumas plateadas, al tiempo que unos cantos resonaban por todo el lugar, ante la atónita y perplejica[3] mirada de los pescadores.
Las figuras irradiaban destellos dorados y poco a poco se pudo distinguir que eran de aspecto humano. Mantenían una postura de brazos extendidos, y miraban al cielo con los ojos perdidos en la gracia divina. Sus cuerpos estaban cubiertos por túnicas de color oscuro decoradas con líneas paralelas blancas, y las cabezas coronadas por un halo blanco en forma de sombrero estilo Fedora.
Una vez las angelicales figuras se posaron completamente en el suelo, las alas quedaron recogidas y las fantásticas criaturas parecieron recobrar el interés por el terreno que les rodeaban.

Uno de ellos, se aproximó a los pescadores, sujetando un cigarro entre el dedo índice y el pulgar, de forma que el susodicho quedaba hacia dentro de la mano. Dio una larga bocanada al cigarro y luego expulsó el humo mirando al rededor, con mirada suspicaz.
–Buon giorno[4]– dijo, sin mirar a nadie en concreto –. ¿Son estos barcos suyos?– preguntó directamente.
–…Eh… sí. Son nuestros– contestó uno de los pescadores más ancianos.
–Son unos barcos muy bonitos, ¿verdad Dino?– preguntó el Ángel a su semejante.
–Si Luigi. Muy bonitos– contestó el aludido, que rumiaba un mondadientes en lugar del cigarro.
–Y seguro que son muy útiles para pescar y conseguir comida, ¿verdad signiori pescatori?
–Si… los usamos todos los días para pescar y traer comida a nuestras familias – respondió el señor pescador, algo temeroso.
–Bueno, nadie quiere que les pase nada malo a los barcos, ¿verdad?
–No claro… pero no entiendo…
–Es muy sencillo, explícaselo Luigi.
–Verán signiore pescatore – comenzó el ángel llamado Luigi –, sería una pena que unos barcos tan bonitos pudieran tener un accidente o que las cosas no fueran como uno desea. Ya saben; algunos barcos perdidos por una tormenta, varios días sin una pesca decente, las cosas se rompen… ¿Verdad Dino?
– Si Luigi. Hay que tener mucho cuidado con la mala fortuna y los desastres naturales.
– Pero en esta región hay muy buen clima y la mar está repleta de peces, como podría eso suceder…– comenzó otro de los pescadores.
Inmediatamente Luigi dio una calada al cigarro y expulsó una nube sobre el puerto. La nube se convirtió en una furiosa tormenta, cuyos vientos y lluvia sacudían los barcos haciéndolos chocar entre ellos o contra el propio muelle. Otros fueron golpeados sin piedad por varios rayos al son de poderosos truenos y relámpagos.

Los pueblerinos estallaron en llantos al ver la destrucción repentina.
–Ups… scusa. Mi hermano es algo torpe, ¿saben? ¿Ve como los accidentes pueden pasar?
– ¿Pero qué podemos hacer nosotros, simples pescadores y ganaderos, contra los caprichos del clima?
–Molto facile caballero– respondió Luigi y lo rodeó con un brazo por el hombro –. Le diré que podemos hacer. Ustedes sacrifican a una ragazza cada año lanzándola al mar y nosotros nos aseguramos de que ninguna tormenta les hunda un barco o les falte pesca. Me parece un trato justo, ¿verdad Dino?
–Va benne Luigi.
– ¿Nos está pidiendo que matemos a una joven del pueblo cada año?– se alarmó otro pueblerino.
– ¿Matar? No hemos dicho nada de matar a nadie – exclamó Dino en una indignación sobre actuada –. Solo pedimos que una ragazza…
`Hermosa´ le apuntó una voz desde las nubes.
–Una ragazza hermosa del pueblo…
`Y con tetas gordas´ añadió otra vez.
–Una ragazza hermosa de generosos pechos…– hizo una pausa para asegurarse de que no le interrumpían otra vez – se arroja al agua y todo el pueblo disfruta de un año de tuti plene. Lex dura, sed lex, amigo. Añadió con una amplia sonrisa, ofreciendo la mejor oferta del mundo.
–No puede pedirnos eso– se quejó el señor.
Dino hizo otro gesto y la mitad de la piara de cerdos murió súbitamente de una enfermedad extraña.
–Vaya, parece que mi hermano se ha levantado torpe esta mañana. ¿No cree que una ragazza al año que garantice la pesca y ganadería no merece la pena?
`Y qué sepa cocinar´ añadió la voz
–Y qué sepa cocinar– añadió Luigi.
– ¡Qué está pasando aquí!– vociferaba un señor muy, muy añejo, con pintas extrañas y cargado de amuletos autodenominados mágicos.
–Buenos días gentiluomo– dijo Luigi echándole el humo del cigarro a la cara al señor añejo – ¿Con quién tengo el piacere?
–Soy el brujo del pueblo y su protector de espíritus malignos. ¿Quiénes sois?
–Ah… Perfetto entonces, hemos encontrado al Community Manager, Dino.
–Si Luigi, que suerte. Y tú serás nuestro directo intermediario. Hablarás por nosotros y lo que digas irá a misa[5]. ¿Qué te parece?
El brujo del pueblo guardó silencio unos minutos, mirando directamente a la mirada sonriente de los Ángeles. Luego observó el destrozo en el puerto y los cerdos descompuestos. Tras unos segundos de tensión dijo
–Es mejor hacer lo que dicen. Son seres divinos y debemos tenerlos contentos por el beneficio del pueblo. Yo haré de interlocutor y prodigaré su palabra a vosotros.
–¡Perfetto! Affare fatto entonces– rió Dino, sacudiendo la mano fervientemente al primer clérigo de la historia –. Bueno, sacrifiquen a su ragazza esta semana y no tendrán que preocuparse por nada hasta el año que viene.
–Ha sido un placer. Un piaccere– añadió Luigi.
Y ambas figuras retomaron su levitación hacia los cielos, bajo el coro gregoriano, las luces y todo lo demás de antes, pero los pueblerinos no estaban pendientes, porque les preocupaba más decidir a quién cargarse, pese a las palabras de tranquilidad que el clérigo les estaba dando, de que si era en beneficio del pueblo, etc.

Y lo que en un principio parecía una barbaridad, con el tiempo le cogieron el gustillo y lo hacían incluso aunque no hiciera falta.
Notas
[2]Que recordemos, no son más que Funcionarios, currantes, directores de juego, entre los Mortales y las Entidades Cósmicas.
[3] Perplejos a la par que paralizados por la sorpresa
[4] No es que los ángeles hablen en italiano, es que por alguna casualidad remota, el idioma de esta gente se parece mucho, pero en el acento se nota una completa diferencia, que al escribirlo se pierde. Lo siento.
[5]Obviamente por aquel entonces no existía la misa, es una adaptación del dialogo original.
Lo dibujos e imágenes pertenecen a sus respectivos autores nombrados en cada imagen.