Tu dios

Fui maldito cuando el mundo aún era joven. A lo largo de este tiempo, he sido proclamado como un dios en numerosas ciudades, desde Uruk hasta Tebas o Constantinopla. Sus habitantes mortales me han tratado como un señor de la noche, de la oscuridad y de la muerte. Me han venerado por encima de sus auténticos dioses, y ofrecido sacrificios para aplacar mi hambre de sangre. El folclore me ha llamado vampiro.

Cuan furioso se debió sentir en aquellos momentos el dios original, al ver como me preferían a mí, al que él mismo maldijo. Quizá lo que hizo fue reírse, sabedor de la naturaleza última de su juego.

Pese a lo horrible de su castigo, la verdadera condena no ha sido tener que alimentarme de la vida de mortales. Ni lo era no poder ver el sol, y tener que recluirme para siempre en las tinieblas. La auténtica maldición ha sido y es la soledad. Saber que soy un ser único en un mundo lleno de gente, y ninguno como yo. Nadie con quien compartir mi existencia. Alguien que sienta lo que yo siento, que observe el mundo como yo lo observo, alguien que pueda entenderme. Alguien que pueda acompañarme a través de los siglos.

No lo hay, ni tampoco lo habrá.

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He recorrido el mundo, alimentándome de la sangre de hombres y mujeres. He acabado con más vidas que la peor de las guerras o las plagas. A veces dudo de si soy yo el maldito, o lo son los humanos por tenerme entre ellos.

Me he mantenido separado de todo contacto humano, y no he encontrado a ningún otro que haya recibido la misma condena que me fue impuesta a mí por cualquier otro pecado.

Por eso, intenté crear descendencia.

Esta noche, realicé el otro intento. El grito descarnado que emitió, unos aullidos de agonía que he aprendido a reconocer, unos lamentos que oigo cada noche desde hace siglos, me indicaron que había vuelto a fracasar. Ninguna nueva criatura de la noche nacerá hoy, puesto que sucumben en el momento de la transformación.

Una vez desangrados, a punto de morir, les doy mi sangre, tal y como hizo aquel ángel caído. Es al regresar a la vida, cuando su alma es reclamada, como si el infierno se negara a cederme ni tan solo una, o el cielo protegiera las que le corresponden.

Los gritos del nuevo no-nato resuenan por toda la cripta subterránea. Ahí quedarán sus últimos sonidos, atrapados en la piedra y la tierra.

Es mi ritual de cada noche. Si Dios me maldijo a vivir solo entre los mortales, éstos lo estarían a sufrir mi ira. Cada noche, uno de sus hijos amados, sufriría algo peor que la muerte.

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Yo castigaría a su rebaño, de igual forma que yo fui castigado, hasta que tuviera a bien concederme el crear un igual. Solo uno.

Solo pido crear un hijo.

No soy capaz de recordar las veces que lo he intentado en todos estos siglos. Cuantos eruditos, guerreros, sabios, hombres o mujeres, de cualquier color de piel, de cualquier país… Y nunca ha variado el resultado.

Todos mueren. Todos se retuercen en angustia. Dios, el misericorde, se niega a salvarlos o regalarme un hijo. Por eso, seguiré martirizando a su creación noche tras noche.

Si él ama a su rebaño, ¿por qué permite que haga esto? ¿Por qué no le pone un final? ¿Por qué que no me da el descanso eterno, y acabar con esta soledad que ha sido mi única compañera?

Ya solo me satisface ver morir lentamente a este mortal, durante horas. No siento nada, ni piedad para terminar con su sufrimiento rápidamente. Lo hacía los primeros años. Ahora, la rabia de haber fracasado, la impotencia y desesperación, me hace dejarlos sufrir. Su sufrimiento es mi único consuelo.

Ellos son el pago por mi condena. Mi única satisfacción. Como dios en la tierra que me reclamo, es mi derecho recibir un sacrificio.

Tomo su cabeza entre mis manos, con dulzura y cariño. Sus ojos, hinchados y enrojecidos, amenazando salirse de sus órbitas, me miran, implorando ayuda. Extiende sus manos temblorosas hacia mí, intentando agarrarme. Sus músculos se convulsionan de forma grotesca. Me mira. Me mira sin entender qué le pasa ni porqué. Me mira pidiendo ayuda. Sus ojos me suplican que le ayude.

Lo siento. No soy yo quien te ha hecho esto. Yo tampoco lo entiendo.

Fue tu dios.

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Fotos de https://www.pexels.com

 

Este relato forma parte del taller de escritura de Literautas para Noviembre – 2018.


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2 comentarios sobre “Tu dios

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