Este relato es para el taller de escritura de la página Literautas.com, que este més trataba de hacer un relato usando como escenario la Luna.
…
Lo que se avecinaba no era un Apocalipsis, pero dada su naturaleza se le asemejaba lo suficiente. No por el hecho en sí, sino por las consecuencias que podía traer.
Y todo empezó con una voz de alarma.
—¡Que vienen los Terrícolas! ¡Que vienen! ¡Que vienen!
El mensaje se ha había desperdigado como la pólvora, y los Velnatias[1] corrían en todas direcciones como pollos sin cabeza presa del pánico, apresurando su éxodo hacia los complejos subterráneos.
—Maldita sea. Los Terrícolas lo van a conseguir esta vez —se quejó uno de los Lumihures [2].
—Hemos estado controlándolos todos estos años, observando desde la distancia, y ahora los tenemos en la cara — se le sumó otro Lumihu, comprobando la distancia de la primitiva nave Humana.
—Nos hemos confiado. Nos hemos confiado.
—Caramba, como para no hacerlo. Hacían chapuza tras chapuza, los muy paletos.
—¡Pues lo que son! —les respondió—. Nuestra civilización tiene mucho menos tiempo que la suya, y ya los superamos tecnológica y científicamente en cientos de años. ¿Es para tratarlos de retrasados o no?
—No es momento de discutir —les interrumpió el Supremo Lajidarlín, entrando con prisa en la sala de Control Terrícola[3]— . ¿Cuál es la situación?
Ambos Lumihu le hicieron el saludo reglamentario y le mostraron una lámina transparente dónde podían verse varias imagines y datos que se actualizaban constantemente.
—Contra toda expectativa, la birria de nave Humana llegará en el tiempo previsto y la evacuación está casi finalizada, Gran Lajidarlín. Pero no se llevó a cabo con la antelación que se hubiera deseado; nunca creímos que lo conseguirían — se disculpó — . Pensamos que la nave ardería, estallaría o cualquiera de los otros accidentes que han tenido en las naves previas.
—No queríamos realizar otra evacuación completa inútil, Gran Lajidarlín —le apoyó su compañero.
—Está bien. No pasa nada —respondió con tensión reprimida el supremo gobernador de Velna[4]—. Lo importante es que todo va según los planes. Debimos habernos trasladado definitivamente a los complejos subterráneos hace tiempo —pensó en voz alta—. Eso habría acabado con todos los problemas de ser localizados por esa molestia terrestre.
Los tres Velnatias miraron la pantalla, en el que una reconstrucción holográfica del Apolo XI, se acercaba lenta pero inmisericordemente a su preciado planeta[5].
—Hora de la siguiente Fase: destruyan todas las construcciones. No debe quedar nada. ¡Nada! Los Terrícolas no deben tener la menor sospecha de que aquí hay vida o no pararán hasta dar con nosotros —dijo lúgubremente el Supremo Lajidarlín.
—Podríamos dejarlas. Quizá creen que la civilización que las habitó ya no existe —intentó el Lumihu.
—No dejen que la morriña les ciegue —les reprendió el líder— . Incluso en ese caso, volverían para estudiar nuestra civilización. Lo llenarían todo de científicos, basura, y colillas. Destrúyanlo todo; sin excepción —ordenó firmemente—. La llegada de los Terrícolas nos obliga a borrar nuestro pasado si queremos que el modelo de vida Velnatí perdure. La nostalgia podría condenarnos a una eternidad de visitas constantes buscándonos. Nos inculcarían sus dioses, política, moral y condiciones bancarias. ¡Ni hablar del peluquín!
Uno de los Lumihu pulsó, con mano temblorosa, una marca. En varias láminas, se reproducían hologramas en los que observaban, con lágrimas en los ojos, como decenas de edificios se desplomaban sobre sí mismos.
En cuestión de minutos, no había más que cráteres donde antes se habían erigido maravillosas ciudades. Cientos de años de historia reducidos a la nada, borrados de la existencia como si nunca hubieran existido.
Los tres volvieron a dirigir sus miradas con odio hacia la pequeña nave, portadora inconsciente del mal que estaba provocando.
—Están posándose.
—Guardad silencio. Que nadie respire ni se mueva y esperemos a que se larguen.
—Puñeteros Terrícolas… Son como esas visitas que no quieres; se presentan sin avisar, no puedes echarlas y además te ponen los pies encima de la mesa.
—¡Chitón! Uno está saliendo de la nave.
[1] Los auténticos habitantes de la luna se autodenominan Velnatias. Lo de Selenitas es un invento terrícola sin la menor importancia.
[2] Uno de los consejeros del Supremo Lajidarlín.
[3] En este caso sí que usan el termino terrícola para los ídem. Lo copiaron de ellos en una de sus incesantes misiones de exploración.
[4] Nuevamente, Velnat es como los habitantes de la Luna llaman a su lugar de hábitat. Lo de Luna es invento terrícola.
[5] Que para los Terrícolas la Luna sea un satélite no significa que para ellos también lo sea. Es su planeta y lo aman.