El cadáver del patriarca yacía sobre la pila de leña y paja en la canoa, como había sido su deseo. Amante del drama, consideraba que incinerar su cuerpo en una pira mientras el río lo arrastraba en la corriente sería una manera muy épica de acabar.
Sus tres hijos adoptivos, lo consideraron una excentricidad propia de la senilidad. Tuncan, el enano, nunca estuvo a favor y, de ser por él, se hubiera deshecho del cuerpo tirándolo por un barranco. Por lo tanto, todo el trabajo de montar la pira, cargar con el cuerpo y la barca, le había resultado un tostón innecesario. Pero como a los otros dos les sabía mal no cumplir su promesa, la llevaron a cabo.
Tuncan empujó con el pie la pira flotante para introducirla en la corriente y esta se la fue llevando poco a poco.
—Acabemos de una maldita vez. Pégale candela a esto, Eldan.
El aludido, un elfo más del doble de su tamaño, tomó una flecha y la encendió en la hoguera. Apuntó con cuidado, calculando la distancia y velocidad del viento. Libró la flecha y esta cortó el aire describiendo un arco de fuego. Al llegar al punto más alto, descendió, prolongando su viaje hacia la pira funeraria.
Sonó un «chof».
Los otros dos le miraron con mala cara.
Encendió otra flecha en la hoguera y disparó.
Chof.
El enano lo miró, furioso.
—¿Has olvidado cómo usar el arco?
—No es nada fácil disparar una flecha incendiaria, ¿sabes? El pegote este para arder la desequilibra.
—Debimos haber incendiado la barca a mano.
—Padre lo quería así.
Tuncan bufó.
—También quería una manada de unicornios. Dispara otra, maldita sea: se está alejando.
—Ya no quedan más. Solo compré dos.
—¿Solo dos?
—¿Sabes a cuánto están? No pensé que fallaría.
Elvira, una humana, soltó una risita.
—¿Qué hacemos?
Tuncan cogió uno de los leños en llamas.
—Siempre tengo que hacerlo todo yo.
Tomó carrerilla hasta el borde y lo lanzó. Los tres miraron expectantes. Este voló girando sobre sí mismo, a través del cielo. Trazó una parábola y descendió rápidamente.
Chof.
El enano maldijo con una patada al suelo.
—Pues tu estilo tampoco parece funcionar mucho mejor —dijo Eldan con sorna.
—Dejaos de impertinencias y haced algo útil. Rápido, cada vez está más lejos.
Los tres arrojaron las maderas en llamas. Tras unos pocos minutos, las habían agotado.
Elvira rió.
—No es nada fácil fallarlos todos, ojo. Tiene su mérito.
—No me lo puedo creer —exclamó Tuncan.
Eldan sacó el candil del saco.
—Nos queda esto, pero más vale acertar.
El enano negó con las manos.
—Ya he tenido bastante. Dejémoslo por imposible. Además, el viejo está muerto y no se enterará.
—De eso nada. Le prometimos incinerarlo. Además, no quiero dejarlo expuesto a los cuervos. No es una manera digna de tratar a nuestro difunto padre.
—Es indecoroso dejar un cadáver flotando río abajo. Pensad en los niños —añadió Elvira.
El enano se mesó la barba, nervioso.
—Hasta muerto es un dolor de muelas. —Cogió el candil, se lo encasquetó a Elvira y lo encendió—. Nada de lanzar cosas. Vas a nadar con esto hasta la balsa y le pegas fuego a mano.
La sonrisa desapareció de la cara de la mujer.
—¿Yo?
—Eres la única que sabe nadar. Date prisa.
Con bastante desgana, entró en el río.
—¡Está helada!
Se tumbó boca arriba para flotar, puso el candil sobre su pecho y avanzó moviendo los pies.
Un ligero golpe en la cabeza le indicó cuando alcanzó la barca. Tuvo algunos problemas para darse la vuelta y subir, pero lo consiguió. Con cuidado de no quemarse, fue prendiendo la paja. Cuando esta cogió volumen, saltó al agua y nadó hasta la orilla.
Por fin, la barca fue presa de las llamas, creciendo en tamaño poco a poco.
Los tres observaron el espectáculo con cierto alivio, excepto Elvira, ocupada en escurrir el agua de sus ropas.
—Estoy empapada.
Tuncan desplegó un mapa, ignorando el comentario.
—Vayamos a alguna taberna a tomarnos una cerveza. Hay un pueblo siguiendo el río. No está muy lejos y… ¡Maldición!
Eldan miró el plano asomando por encima del enano.
—¿Qué pasa…? ¡Maldición!
Elvira, llena de curiosidad, se acercó a ver. Efectivamente, había un poblado cerca, hacia donde la balsa se dirigía. Pero eso no era lo importante.
La mujer dejó escapar una risa.
Según el mapa, en ese pueblo, un puente viejo, considerado histórico y atracción turística local, cruzaba el río. Hecho de madera.
Los seis ojos se fijaron en la barca incandescente flotando en esa dirección.
—El viejo va a ser una molestia hasta el último momento —dijo Tuncan.