Esto es un ejercicio para el curso de escritura de Teo Palacios sobre las acciones: las que aportan datos, las que no aportan gran cosa pero hacen el texto más placentero y las que incitan algo que pasará. En otras palabras, saber cuando sobra o no. Por otro lado, está inspirado en algo que me pasó en el juego de PC Medieval Dinasty
El cazador avanzó con paso cauto entre los árboles y ramas caídas, cuidando de no hacer el menor ruido.
Tras una larga búsqueda, por fin había encontrado una presa. A varios metros, un ciervo pastaba sin haberse dado cuenta de su presencia.
Preparó la flecha en el arco. El año había sido horrible. Bayas y frutos habían sido escasos, al igual que la caza. El aumento de otros depredadores, atraídos por esta escasez, añadió más problemas. Por supuesto, podían intentar cazar a esos mismos depredadores; un oso sería una excelente pieza, con una gran cantidad de carne, por no hablar de la piel. Pero para su tribu, era algo extremadamente difícil; no estaban preparados para ese tipo de ejemplares.
Por eso, este ciervo suponía unos días de comida para su pueblo. No podía cometer un error. Intentaba reducir la distancia para asegurar el tiro, pero si, en ese avance, provocaba un ligero ruido, el astado huiría. Era un riesgo por otro.
Cuando consideró estar a una distancia segura, tensó el arco y apuntó. Era también un momento crítico. Si fallaba, el ciervo escaparía y, además, perdería una de las flechas, ahora valiosas por la cantidad limitada del veneno que las impregnaba.
Apuntó con sumo cuidado.
Un ruido cercano le alertó. A unos cien metros de él, un par de jabatos merodeaban tranquilamente, ajenos a su presencia.
Su corazón se paralizó de inmediato. Eso significaba una cosa: un jabalí estaba cerca, probablemente la pareja. Estos animales eran peligrosos de por sí, pero, con sus crías cerca, lo eran el doble.
Aterrorizado, pero sin moverse, miró a todos lados buscándolos sin éxito. Quizá estaban ocultos entre los matorrales.
«¡Ahora no, necesitamos ese animal!».
Si el jabalí lo percibía, le atacaría sin dudar. En el caso de acertarle una flecha, no sería suficiente para matarlo y su daga no serviría de nada. Además, estaba la pareja.
Debía huir. Era lo más sensato. Si vivía, podría encontrar otra presa. Si moría ahora…
Volvió a fijarse en el ciervo. Estaba quieto, rumiando unas hojas. Era una presa tan fácil… No sabía si encontraría otra.
Tensó el arco.
Otro pensamiento le atenazó. El ciervo no moriría de inmediato. Aún con el mejor disparo, huiría unos metros hasta que el veneno lo paralizara. Debería seguirle ese tiempo, con el peligro de los jabalíes.
La inseguridad de encontrar otra pieza le atenazaba. Había necesitado caminar mucho hasta dar con esta.
Unos gruñidos muy cercanos le sacaron de sus pensamientos. Estos eran los adultos. No los veía, pero estaban muy cerca.
El ciervo comenzó a alejarse. Se escapaba.
Sin pensarlo más, apuntó; aguantó la respiración. Liberó la flecha.
Esta voló hasta hundirse en el costillar del ciervo. El animal dio un salto y emprendió la carrera.
Al hacerlo, asustó a los jabatos y huyeron de él.
El chico, temeroso, se mantuvo quieto, pero sin perder de vista la dirección de su comida.
Uno de los jabatos salió a su paso y, al verlo, cambió de rumbo. Un jabalí, persiguiendo a su cría, apareció de entre la maleza, frente al cazador.
Ambos quedaron frente a frente. El joven no se movió, con la esperanza de que el jabalí no hiciera nada o se asustara y huyera.
No fue así. Con un gruñido, se lanzó contra él.
El chico huyó con el animal persiguiéndole rápidamente.
El segundo le salió al paso. Lo esquivó y corrió en otra dirección, pensando en el ciervo que se alejaba.
El sonido de las bestias casi sobre él le estimulaba; no sentía sus piernas mientras corría como nunca, pero no sería suficiente. Le iban a alcanzar.
Cuando estaban casi sobre él, saltó a un árbol y trepó con habilidad. Una rama se rompió por su peso, y cayó. Rápidamente, se agarró a otra. Recuperó el equilibrio y subió hasta lo más alto.
Los animales arremetían contra el árbol, gruñendo amenazadoramente.
Con el corazón aún golpeándole el pecho, confiaba en que se fueran, tarde o temprano. Entonces, debería seguir el rastro del ciervo. Solo esperaba dar con él antes de que lo hicieran los lobos.