Asuntos de familia

Hoy voy a asesinarlo.

Después de tantos años, tanto tiempo buscándole, voy a acabar con él.

Me abro paso apartando las puertas batientes y entro en el salón tranquilamente, sin armar escándalo. Nadie se fija en mí. Todo el mundo sigue con sus partidas de poker, sus bebidas, sin conversaciones. Soy una cliente más. La gabardina oculta el revólver en mi espalda, fijado en el pantalón.

Me apoyo en la barra y dejo el sombrero a mi lado. Hago una señal al barman y, sin dejar de limpiar un vaso, se acerca a mí.

—¿Qué te pongo?

—Busco trabajo. ¿Podría hablar con tu jefe, por favor?

El barman me mira de arriba abajo, suspicaz.

—Espera un momento.

Con paso lento y tambaleante, mueve su gordo cuerpo hasta una puerta tras la barra y dice algo a quien está dentro. Me hace una señal con el dedo para que vaya.

Instintivamente, toco el revólver para asegurarse de que sigue ahí.

Entro en el despacho. Al fondo, un hombre de unos cuarenta años, medio calvo y mal envejecido sentado en una simple silla junto a una mesa apoyada contra la pared. A tan corta distancia y sentado es un blanco seguro.

Tras él hay una ventana. La usaré para escapar. Correré hasta mi caballo y huiré de esta ciudad antes de que el Sheriff llegue. No quiero un tiroteo ni herir a nadie inocente. 

A diferencia del hombre que tengo sentado frente a mí, yo no soy una asesina.

Una venganza macerada durante diez largos años de búsqueda, furia y odio será resuelta aquí y ahora.

El maldito me mira con curiosidad. Hay un brillo en su mirada. Está mayor. Ha cambiado. Pero sin duda es él. Su misma mirada. Quizá con menos fuego, pero los mismos ojos. Se ha dejado un mostacho grueso canoso. Saca la pipa de entre los labios para hablarme.

—Así que buscas trabajo. ¿Qué sabes hacer?

La misma voz.

Hace diez malditos años, este hombre se presentó en nuestra casa. Yo apenas tenía diez. No sé como entró. Solo lo recuerdo plantado en la puerta. Únicamente dijo una frase pero no he podido olvidarla.

«Soy el hijo de Morthur Artmour».

Disparó hasta vaciar el tambor del revólver contra mi padre. Ahí mismo. A sangre fría. Delante de mi madre. Delante de mí.

Como vino, se fue. Su voz ha resonado en mi cabeza todo este tiempo. Hubo un tiempo en el que quería saber porqué lo hizo, pero hace años que dejó de importarme. Solo quiero hacerle lo mismo.

Nunca dejé de buscarle. De aprender a disparar. A ser rápida y certera para no fallar. Toda mi vida ha girado en torno a este momento.

Puedo sentir el calor inundando mi cuerpo. El sudor humedeciendo la ropa. Mi mano se cierra en la empuñadura del arma en mi espalda casi sin darme cuenta.

Trago saliva para hidratar mi boca seca antes de hablar.

—Sé disparar. 

—No necesito guardaespaldas. Esto es un salón tranquilo. Si alguien se pone violento, el camarero se hace cargo. Pero puede que al Sheriff le venga bien algo de ayuda.

No deja de mirarme fijamente. No como lo hacen otros hombres. Me está estudiando.

Sin moverme de donde estoy sigo hablando.

—Hace años, un hombre asesinó a mi padre.

Los ojos del hombre se cierran levemente. Una sombra cubre su expresión.

Amartillo el arma lentamente, evitando hacer ruido.

Suspira lentamente y su expresión se relaja.

—Entiendo como te sientes.

Abre un cajón y retrocedo un par de pasos apunto de sacar el arma. Me relajo cuando me doy cuenta de que solo es un montón de papeles. Mientras los examina sigue hablando.

—Yo también perdí a mi familia. Hace años, cuando era un niño, un grupo de tres hombres llegaron a nuestra granja. Querían llevarse el poco dinero y comida que teníamos. Como no era tanto como ellos querían, mataron a mi padre. Luego a mi madre cuando corrió junto a él. Intentaron hacer lo mismo conmigo, pero conseguí escapar.

Calla cuando encuentra los papeles que busca y guarda los otros en el cajón. Solo se oye el sonido de madera frotando contra madera, un sonido eclipsado por el corazón bombeando en los oídos.

El sudor cae por mi espalda hasta el revólver, exigiendo que dispare de una vez, pero su historia me detiene.

Observa los tres papeles detenidamente. Sin apartar la vista de ellos sigue hablando.

—Lo que más recuerdo era como reían mientras lo hacían. Juré vengarme. No fue difícil encontrarlos porque resultaron ser unos bandidos en búsqueda y captura. Para cuando los encontré, uno había muerto de tuberculosis. Otro seguía siendo un criminal y cobre la recompensa tras perforarle el corazón. Pero el tercero había rehecho su vida y tenía familia. —Hace una pausa para suspirar—. Eso no me detuvo. Siempre me arrepentí de matarlo frente a su familia, pero en aquel momento, el odio me guiaba. Aún conservo esto.

Me los entrega.

Con temor por descubrir lo que no quiero ver, suelto el revólver y tomo los carteles. Dos de ellos son desconocidos.

Al ver el tercero, el corazón se me congela. Es mi padre. Lo reconozco perfectamente. Sus facciones, su bigote fino, la barba corta, sus ojos profundos. El cartel ofrecía una recompensa por él, vivo o muerto, perseguido por robo y múltiples asesinatos.

El hombre pone la pipa entre sus labios tranquilamente, con la paz de quien espera su destino con estoicismo.

—Desde entonces, he vivido con ese dolor en el pecho. Nadie debe ver morir a su padre de esa manera. Siempre he sabido que esa niña estaba ahí fuera, en algún lugar, buscándome para vengarse.

Da una bocanada a la pipa, saboreándola como si fuera la última. Me mira fijamente, con una ligera sonrisa de complicidad. Una expresión amable de paz.

—¿Qué piensas hacer?

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