
Gabilail estaba nerviosa. No se acostumbraba a estas esperas. Ser la pareja de un bandido no era fácil, especialmente cuando lo único que haces es esperar cada vez que ellos se iban. Cada minuto estaba sembrado con el miedo de que su pareja pudiera ser arrestado por la guardia. O peor, que no vuelva.
Además, se sentía vulnerable. Otras bandas rivales o cazarecompensas, podían aprovechar el momento para atacar la casa y esperar dentro para emboscarles. Ese mundo estaba lleno de peleas por ajustes de cuentas por «honor» o rivalidades. Ella lo llamaba hacerse los machos. Por eso siempre cerraba la puerta y ventanas con cerrojo. Nunca faltaba un cuchillo oculto entre la ropa.
Odiaba estos momentos. Había tratado de que Torman dejara ese tipo de vida. Ya tenían suficiente botín como para comprar un terreno y hacer una granja. Pero Malcas no le dejaba salir de ahí.
«Uno más y nos retiramos. Este es el definitivo.» le decía siempre y Torman al final accedía.
Por puro nerviosismo, había ordenado y limpiado toda la cabaña y, como no quería salir de su protección, no podía hacer nada más. La espera la estaba sacando de quicio. El temor de que algo le pudiera pasar a Torman hacía que su mente inventara todo tipo de historias trágicas.
Por fin, oyó unos golpes en la puerta. Estos habían sido dados con un ritmo específico; eran ellos.
Se lanzó a abrirla, pero en el último segundo, recordó las precauciones. Abrió un pequeño ventanuco. Al otro lado vio la cara de Malcas.
—Soy yo, Gabi. Abre rápido. Estoy herido.
Al oir esto se apresuró aún más. Malcas entró con paso agotado cargando un saco, sudoroso y cubierto de polvo. Iba dejando un pequeño reguero de gotas de sangre a su paso.
La mujer se asomó ansiosa, pero no pudo ver a Torman ni al tercer miembro de la banda. Ni siquiera los caballos.
—¿Dónde está? Se ha retrasado, ¿verdad? ¡Dime algo!
Malcas, tras dejar el saco en el suelo, se dejó caer en un taburete. Sin hacer caso a su herida, limpió el sudor de su rostro sin afeitar. Sacó una pipa y, con una mano la llenó de tabaco.
—Lo siento Gabi. Torman… Nelly… Todo salió mal.
—¡Dónde están! ¿Los han cogido?
Malcas sacudió la cabeza en silencio.
Gabilail reparó en la herida de Maicas en el hombro. Fue a examinar la gravedad de cerca.
—¿Qué ha pasado?
Maicas la apartó de un ligero empujón, quitándole importancia.
—Es solo un corte.
Apenas reprimiendo una mueca de dolor, encendió una cerilla con el brazo dolorido, y prendió la pipa.
—¡Qué ha pasado! ¡Dímelo, por el amor del Becerro! ¿Dónde están?
Maicas se levantó y la estrechó entre sus brazos.
—Tienes que ser fuerte. Pero no te preocupes; todo va a ir bien. Yo cuidaré de tí.
La mujer estalló en lágrimas.
Malcas no la soltó, acariciándole el pelo despacio.
Ella se separó para caer son fuerza sobre otro taburete.
—Le dije que no debía hacerlo. El muy idiota. No lo necesitábamos.
Malcas cerró la puerta y corrió los pestillos. Volvió a acercarse a la chica por detrás y puso las manos sobre los hombros.
—No te preocupes. Prometí a Torman cuidar de tí y lo voy a hacer. Mira.
Introdujo la mano en la bolsa y la sacó llena de toquens. Formó una pequeña montaña de cuarzos brillantes en la mesa. Los dispersó con los dedos, con expresión de satisfacción.
—Esto te corresponde, Gabi. La parte de Torman. Pero si vienes conmigo, podrás tener mucho más.
La mujer los hizo saltar por todas partes de un manotazo como si fueran cucarachas.
—¡Quédate con estos sucios cristales! ¡Están sucios con la sangre de Torman! ¡No los quiero en nuestra casa!
—Pero Gabi…
—¡Fuera! ¡Fuera de aquí! ¡No quiero volver a verte nunca más! Es tu culpa, tú les convenciste. ¡Todo es culpa tuya!
La reacción de la chica le enfureció.
—Eso no es cierto. Él era como mi hermano. Nunca hubiera permitido que le pasara nada.
—Pudisteis haberos retirado hace tiempo, pero siempre querías más. Solo te interesan los cristales. ¡Quédatelos todos! Pero vete y no vuelvas.
Malcas le dio una bofetada. Gabilail quedó paralizada por la sorpresa.
—Me has pegado…
—Estás histérica. —La expresión de Malcas se había tornado más seria. Sus facciones carroñeras se hacían ahora más patentes—. Escuchame. Tu y yo nos vamos a ir de aquí. Ahora estás nerviosa, pero mañana lo verás todo de otra manera.
De repente, una sombra asaltó a Gabi.
—¿Cómo murió Torman?
Malcas dudó.
—No sabría decirlo. Fue todo muy confuso. Aparecieron guardias por todas partes. Nos emboscaron. Cuando quise darme cuenta, Nelly y Torman estaban muertos. Tuve suerte de escapar. Solo me acertaron en el hombro con una flecha.
—Entonces, ¿cómo sabes que está muerto? ¿Viste su cadáver?
—Sí… Le habían atravesado el pecho.
—¿Y Nelly? ¿Qué ha sido de él?
—Ya te lo he dicho; cayeron sobre nosotros de golpe.
Gabilail se apartó unos pasos.
—¿Cómo conseguiste escapar con todos los cristales?
—Casualmente los llevaba yo.
Los ojos de la chica se posaron en la herida de Malcas; no era de flecha. Era un corte. Había curado las suficientes como para conocer perfectamente la diferencia.
Gabilail rebuscó con disimulo el cuchillo oculto en su delantal.
—¿Casualmente tenías tú los cristales? ¿Por qué los guardias no cayeron sobre tí también?
Los ojos de Malcas recorrieron la habitación, pensativo. El mostacho grueso se contorsionó en una sonrisa.
—Está bien, Gabi; los traicioné. Escapé dejándolos atrás. Los vendí a los guardias. O quizá los maté yo mismo. ¿Qué más da? Lo importante es que tu Torman ya no va a volver y yo estoy aquí. Puedes quedarte con su parte. —Se acercó unos pasos—. Pero si vienes conmigo, podrás tener mucho más. Siempre me has gustado, Gabi.
—Eres un miserable cerdo. ¡Una víbora! ¿Cómo has podido traicionar a Torman? ¡Erais como hermanos!
—Lo eramos. Pero las emociones no deben interponerse en los negocios. A tí tampoco te importaba, admítelo. Solo estabas con él por la emoción y los toquens. Lo engañaste a él, pero no a mí, Gabi. A mí, no. En el fondo sois todas iguales, queréis ser ricas sin hacer nada. Pues aquí lo tienes —Le arrojó un puñado de toquens. Chocaron contra el pecho de la mujer y cayeron sobre el suelo de tierra.
—Crees que todo el mundo está tan vacío como tú.
Gabilail, sacó el cuchillo. Malcas rió.
—Voy a rajarte la garganta, traidor.
Sin terminar la frase, se abalanzó contra él. Este, más experto, pese al brazo dañado no tuvo problemas en agarrarla por la mano. Le retorció el brazo hasta que la chica soltó el cuchillo. De una patada lo lanzó fuera de su alcance. La arrojó al suelo de un empujón.
Gabilail fue a levantarse pero él la tiró nuevamente de una patada. Se sentó sobre ella y la abofeteó con fuerza.
—Ahora, vas a calmarte. Voy a satisfacerme, por las buenas o por las malas. Francamente, disfrutaré de cualquiera de ambas.
La mujer forcejeó con todas su fuerzas, le golpeó en el pecho y la cara, pero este la dominaba con facilidad.
—En realidad, sois tal para cual. Ninguno de los dos sabéis reconocer cuando habéis perdido. El idiota de tu novio juró matarme cuando le estaba clavando mi puñal en el pecho. Perdedor hasta el último segundo de su miserable vida.
Con una mano le sujetó ambas muñecas. Sus ojos se abrieron de par en par cuando, con la otra, le rompió el vestido exponiendo los pechos. Se desabrochó cinturón.
De pronto, se detuvo con la cara pálida y miró alrededor con ansiedad.
Aprovechando esto, Gabilail liberó una mano y le dio un puñetazo en la herida.
Malcas cayó hacia un lado dolorido, y ella se arrastró hacía atrás. Por casualidad, la mano tocó algo duro. Era una espada. La espada de Torman. Sin pensarlo, la agarró y se incorporó.
Malcas la observó perplejo.
—¿De dónde la has sacado?
—Estaba en el suelo.
La verdad era que ella tampoco entendía muy bien como había llegado ahí, pero ahora no importaba. La manejaba con poca experiencia, pero decidida a vender cara su vida.
Malcas miraba fijamente el arma con los ojos muy abiertos.
—Deja eso. No quiero hacerte daño, así que no me obligues a hacerlo.
Otra vez, Malcas se giró bruscamente. Daba vueltas sobre sí mismo. Miraba a todas partes. Dirigía sus ojos de un punto a otro de la casa con expresión tensa.
—¿Dónde estás? No puedes haber llegado hasta aquí —Sin dejar de vigilar a la mujer, se asomó por un hueco de la ventana—. ¿Quién hay en la casa? ¿Hay alguien más?
La mujer lo miró extrañado. Intentaba averiguar qué es lo que estaba atrayendo la atención de Malcas, pero no veía nada.
Debía haberse vuelto loco de golpe.
El hombre se limpió el sudor de la cara con la mano.
—¡Callate! ¡Calla y muéstrate de una vez!
Se lanzó contra Gabilail, pero esta puso la espada entre ambos y el hombre se detuvo.
—¡Está aquí! No sé cómo lo ha hecho, pero está aquí. ¿Dónde lo has escondido? ¡Dónde está, maldita ramera!
Malcas miró de golpe a la vieja alfombra. Sacó su puñal del cinturón.
—Está ahí, ¿verdad? Ha estado ahí todo el rato.
—No sé de qué hablas, traidor. No hay ningún sótano, lo sabes perfectamente.
Sin dejar de vigilarla, retiró la alfombra de un golpe. Solo había suelo de tierra.
—No puede ser. ¡Sal de tu escondite cobarde! Da la cara de una maldita vez y terminemos con esto.
Una voz sonó de algún lugar lejano.
—Si es lo que quieres…
El corazón de Gabilail dio un vuelco al oírlo. Era Torman.
La escasa luz que entraba por los huecos de las ventanas se desvaneció rápidamente. La cabaña se sumió en oscuridad. Un olor a amoniaco azotó el olfato de ambos. Los rincones quedaron ocultos completamente por las tinieblas.
Ambos se asustaron, pero ni dejaron sus armas ni se movieron de donde estaban.
Malcas sudaba abundantemente, completamente pálido.
—¿Qué está pasando aquí?
De uno de los rincones, la voz volvió a sonar.
—No lo mates, Gabi. Es mio.
Una figura surgió de allí, avanzando lentamente acompañado de un sonido grabe de percusión de marcha funeraria.
Ambos quedaron helados cuando lo vieron.
—¡Tú! —exclamó Malcas.
—¡Torman!
Gabilail fue a lanzarse a sus brazos, pero se detuvo en seco cuando pudo verlo mejor.
Efectivamente, era él, pero allí dónde hubieron ojos, ahora habían dos agujeros oscuros. Su piel manaba un vaho rojizo. El pecho tenía una gran herida sangrante, a través de la cual se podía ver el corazón. El sonido grave procedía de sus latidos.
Sin mirarla a la cara, le quitó con suavidad la espada de las manos y la apartó a un lado.
Torman se dirigió hacia él con paso pesado. Malcas, quedó presa del horror cuando este le miró fijamente. Guardó la espada en la vaina.
—Te hice una promesa, traidor. He venido a cumplirla; voy a arrastrarte al Abismo conmigo.
—¡No! Mátame, pero no me lleves allí.
Torman lo agarró por el cuello y lo alzó del suelo.
Malcas forcejeó en vano para soltarse emitiendo unos gorjeos de agonía.
Gabilail se acercó a ellos y puso las manos sobre el hombro de su novio.
—Déjale. Está acabado.
Este lo dejó caer.
Malcas recobró el aliento ruidosamente. Intentó escaparse, pero Torman lo agarró por el pie.
El traidor había llegado hasta el cuchillo de Gabilail y se lo clavó en el brazo. Torman lo soltó instintivamente.
Con una rapidez propia de la desesperación se lanzó contra Gabilail y se escudó tras ella.
—Déjame ir, Torman. Déjame o la mataré. ¡Lo juro!
—Suéltala. No puedes escapar de mí. Pero si le haces daño, te aseguro que lo que te pasará será mucho peor de lo que te está esperando.
—¡No! Le partiré el cuello. No bromeo. Vuelve al Abismo y quédate allí —Poco a poco se acercaba a la puerta—. ¡No te muevas!
Gabilail intentaba soltarse sin éxito. Le estaba haciendo daño en el cuello. No podía moverse, mucho menos hacer algún movimiento brusco para soltarse.
—¡Suéltala!
—La soltaré cuando esté a salvo.
Por fin, la mujer pudo mover un brazo lo suficiente como para apretarle con la mano la entrepierna con todas sus fuerzas.
Malcas la soltó inmediatamente. Gabilail, al sentirse liberada se liberó y le hizo caer de un empujón.
Para cuando quiso incorporarse, Torman lo tenía agarrado por el tobillo y lo arrastraba hacia el rincón del que había salido.
—Te espera una eternidad de dolor más allá de lo imaginable, rata miserable.
Los dedos de Malcas buscaban agarrarse al suelo, a la mesa, a cualquier cosa que pudiera retenerlo. Estiró los brazos hacia Gabilail con las manos muy abiertas.
—¡Ayudame! ¡Por favor! ¡Tienes que ayudarme!
Ella lo miró con desprecio.
Cuando Torman alcanzó el rincón, lo arrojó a él. En lugar de chocar, desapareció en la oscuridad. Luego, fue a entrar él también.
—Torman… —dijo Gabilail.
Este se detuvo. Durante un momento fue a girarse, pero se detuvo a mitad del movimiento. Movió el sombrero para cubrirse la cara. Solo respondió unas palabras.
—Adiós Gabi.
—No te vayas.
—Debo volver al Abismo. Hice un pacto.
Gabilail intentó ponerse en frente para mirarlo a los ojos, pero él la apartó con un brazo y giró la cara hacia el otro.
—No me mires.
Gabilail sentía un nudo en garganta mayor que el anterior. Creerlo muerto había sido desgarrador, pero saber que seguía «vivo» pero condenado a estar eternamente en el Abismo era un peso imposible.
Lo sujetó con todas sus fuerzas por el brazo, desesperada.
—¡No te dejaré ir! ¡Tú lugar está aquí, conmigo! Huyamos. Tenemos todos esos cristales. Podemos escondernos en algún lado. Encontrar alguna bruja que nos ayude.
Torman no se movió durante unos segundos. Por fin, respondió.
—Nadie puede escapar de un pacto con el dios malvado.
Las lágrimas caían por las mejillas de la chica.
—¿Por qué lo hiciste? ¿Por venganza? ¿Para matar a ese imbécil? Son esos ajustes de cuentas vuestros.
Torman liberó el brazo. Sin dejar de avanzar hacia la oscuridad, le dijo.
—Mientras Malcas me clavaba su puñal, me dijo que vendría a por ti.