Le clavo las uñas en las nalgas, cabalgandola con fuerza mientras la virgen Maria nos observa, llorando, desde un rincón.
Siempre ha estado ahí. Mirándome. Juzgandome.
Así es imposible disfrutar de nada. No me malinterpretes, por supuesto que quiero follármela. A la virgen Maria no, a la chica. ¿Qué tipo de depravado crees que soy?
La deseo, pero no estoy disfrutando en absoluto.
Ella, en cambio, lo está pasando en grande. Dice algo, pero la bola de goma en su boca no le deja vocalizar. Le clavo las uñas en las nalgas. Sé que le gusta.
Mi sudor cae sobre su culo usando la nariz como trampolín.
Le doy un par de bofetones en las nalgas y estas se agitan. Estan rojas ya de todas las que le he dado.
Pero yo no disfruto.
De hecho, llevo un rato metiendosela, sin sentir nada. Los cinco o seis condones que me he puesto evitan todo tipo de sensación.
La madre del mesías sigue llorando en un rincón. Es la culpable de todo. En el fondo, creo que si no disfruto, ella estará satisfecha. Pero da igual lo que haga, sigue apuñalandome con sus ojos acusadores. No le gusta que caiga en el pecado. Menos aún de esta forma, con sexo duro y sucio. Pero es el que me gusta. O lo haría si lo disfrutara.
De fondo suena el Ave Satani de La profecía. Me gusta cómo encaja con el sexo. El sexo es pecado, es vicio, obsceno, inmoral. El placer es la obra de Satán. O eso me han dicho toda la vida.
Otra bofetada en el culo de la rubia. Y una segunda. Cada vez más fuerte. Vuelve a decir algo. No vocaliza pero la entiendo. Le doy más fuerte. Gime. Me insulta.
Me gusta que me insulte. Soy un hijo de puta.
Le doy otro sopapo en el culo. Le araño la espalda con fuerza. Hacer esto sin perder el ritmo del mete-saca no es tan fácil como puedas pensar.
Le lastimo con la esperanza de sentir yo el dolor.
Pero no es así.
El Ave Satani vuelve a empezar. Está en bucle. Apenas dura tres minutos. Para eso le das a «repit» y suena una y otra vez.
Supongo que aceptar lo vil de mi acto satisfacerá a la virgen María. Pero no lo hace. sigue juzgándome desde su rincón, junto al armario de la ropa, entre calzoncillos usados.
Estoy harto de ella. ¿Qué debo hacer para satisfacerla?
Hecho de menos cuando follaba sin cubrir mi polla con capas de latex. Podía sentir la humedad del interior del coño, su calor, la suavidad de una vagina bien lubricada. Era delicioso. Si existe un infierno, está ahí dentro.
Pero luego lloraba cada puta vez después de correrme. No es un espectáculo que muchas mujeres quieran ver.
Si no siento nada, no me corro.
Pero nunca satisface a la virgen Maria. Estoy harto de ella. ¿Por qué no puedo disfrutar? ¿No es natural esto?
¿Acaso no ves que esta chavala está pasando la noche de su vida? Le doy lo que quiere.
Le doy una palmada fuerte en el culo. Otra más fuerte.
¿Acaso no lo hizo la «virgen» para engendrar a Jesús?
Una paloma, los cojones. José se la folló bien fuerte en algún pajar. La puso a cuatro patas y la montó como yo ahora. ¿Le puso José algo en la boca para que no chillara cuando la llenaba con su polla?
Todo porque es de mal gusto prodigar que Maria le hacía unas buenas mamadas de vez en cuando a José, que él la empotraba contra la pared hasta que un día se le corrió dentro y de ahí salió el niño Jesús.
Que os den por saco. Si ellos disfrutaron yo también quiero.
Le saco la polla. Quiero quitarme todo este mogollón de condones pero, en el fondo no me atrevo.
La chica protesta. Le muerdo en las nalgas. La cojo del pelo y la obligo a incorporarse. La pongo contra la pared, frente a mi. Le aprieto el cuello con cuidado. Esto no es algo que deba hacerse de cualquier manera. No debes apretar las arterias ni la traquea o le haría daño de verdad y se acabó todo. Solo cortar el flujo de oxígeno. Le encanta cuando hago esto.
Le abro las piernas.
La virgen Maria me suplica que no lo haga.
¿Por qué no? Tu hiciste lo mismo. Disfrutaste de tu momento. Déjame disfrutar a mi también. Me lo merezco. Esta chica está disfrutando de lo lindo. Yo también tengo derecho.
Me quito el primer condón y lo dejo caer al suelo. Tiro el segundo lejos. El tercero lo lanzo a la cara de la virgen Maria.
La chica, impaciente, me quita los otros dos. Mi polla queda al desnudo. Tal y como vino al mundo.
La virgen Maria me ruega que no continúe. Está mal lo que hago. Dice que es un pecado que me condenará al fuego eterno.
Si follar es pecado mortal, ¿por qué ella está en el cielo en lugar de arder en el infierno?
Tanto tormento por unas reglas que otros se inventaron y nunca explicaron.
Acaricio el coño de la chica. Siento su humedad en los dedos.
Apunto mi polla hacia el agujero y la meto de golpe. El calor de su vagina abraza mi polla. La suavidad de su coño lubricado es una bendición.
Si existe un cielo, está aquí dentro.
Sus piernas tiemblan. Gime. Su voz sigue apagada por la bola de goma pero hay una sonrisa en sus labios.
Si Jesuscristo puede vernos, espero que se la esté meneando a gusto.
Ahora, lo importante es pillar el ritmo y correrme en el momento más álgido del Ave Satani.