Esta historia forma parte del mundo de alta fantasía Héroes de Palo.
En mitad del mar Marinero se encuentra una isla de considerable tamaño llamada Kchwre, plagada por una cantidad absurda de reinos de todo tamaño y tipo. Mientras que unos abarcan cientos de kilómetros, otros apenas ocupan un par. Incluso hay uno en lo alto de un chopo, con su rey como único habitante. El porqué de esta alegre proliferación de reinos es algo que no narraré en esta ocasión porque considero más interesante centrarme en la batalla de Argantillas, la que ocurrió entre el reino de Argantillas de Arriba y el de Argantillas de Abajo.
Si bien, Argantillas, había sido hacía pocos años un solo reino, grande y libre, en un momento dado de su historia, el rey vigente, Lorenzónidas, decidió mandar construir su castillo en lo alto de la cordillera precisamente para conseguir esta ventaja estratégica, y porque las vistas eran mejores. No solo se podía ver al invasor desde la distancia, sino que la posición elevada les permitía contraatacar con sus ballestas mucho más fácilmente.
Pero, con el tiempo, la población que se había quedado al pie de la cordillera se independizó y formó su propio reino: Argantillas de Abajo, bajo el reinado de Sigericörn. Algo después, ambos reinos comenzaron a tener pequeñas rencillas que fueron evolucionando en enfrentamientos y, finalmente, llevaron a la guerra. Una guerra que vería su momento épico y culminante en la batalla de Argantillas.
La tropa de espaderos de Argantillas de Abajo, formada por unos veinte guerreros de la propia región, avanzaba a paso lento por la cordillera, camino a su objetivo que se alzaba en lo más alto: el castillo de Argantillas de Arriba, reservando sus energías mientras no estaban en el rango de las saetas del enemigo. Cuando llegaron a una distancia adecuada, Sigericörn les hizo detenerse.
Desde las almenas del castillo, los soldados arribargantillenses los observaban atentamente, con las ballestas listas.
Sigericörn avanzó unos pasos a lomos de su caballo, orgulloso y bizarro, con una bandera blanca de la paz momentánea, y dijo a pleno pulmón.
—¡Yo, Sigericörn, en nombre de Argantillas de Abajo, me presento ante el castillo de Argantillas de Arriba para exigir a Lorenzónidas su rendición en este día de hoy!
Hubo un silencio, a la espera de la respuesta.
—Pues sí que es cierto que las vistas desde aquí son bonitas —dijo uno de los espaderos por lo bajito.
—Y buen día que hace, voto a tal —respondió su compañero—. Una lástima que tengamos que malgastarlo en la guerra.
—Con lo que a gusto que estaríamos haciendo una barbacoa en casa de Gathar…
—¡Silencio en las filas! —exigió el rey y los soldados se callaron de inmediato.
Tras unos minutos de espera tensa, Lorenzónidas asomó por la almena no menos orgulloso que el otro rey.
—¿Qué son esas voces? —gritó con voz real.
—¡Ríndete! ¡Arrodíllate ante mí y terminemos con estas confrontaciones que ambos reinos llevan teniendo desde hace años, aquí y ahora! ¡Rinde tu castillo o habrá sangre!
—¡Jamás!
—¡Pues preparaos para la guerra!
—¡Guerra sea pues!
—Y en lugar de hacer una guerra, ¿no podrían ustedes discutirlo como adultos? —preguntó uno de los ballesteros arribargantillense.
Su rey le dirigió una mirada severa como respuesta.
—La verdad es que lo de ir a la guerra me parece un poco extremo —dijo otro ballestero—. Es peligrosa, ¿sabe? Estas cosas podrían herir a alguien —añadió señalando la saeta en la ballesta.
—Y con el buen día que hace —se le sumó el de Argantillas de Abajo de antes, que le había oído.
—Venga, va. Dejaos de guerras y habladlo como personas mientras nosotros hacemos nuestras cosas —añadió otro espadero.
—¡Silencio! —ordenó Sigericörn desde su caballo— ¡Soy vuestro soberano y no toleraré este tipo de actitud! ¡Preparaos para la batalla! —añadió con su espada en la mano.
—¿Usted ve? —dijo el primer ballestero—. Si es que ellos tampoco quieren. Los únicos que quieren matarse son ustedes dos.
—Eso es verdad —apuntó el espadero aficionado a las vistas—. Nosotros no sabemos ni por qué estamos peleados. Es todo cosa de ustedes. ¡Mátense ustedes y déjenos a nosotros tranquilos disfrutar de este día. ¡Eh! ¡Los de arriba! —gritó— ¡Bonito lugar para hacer una barbacoa!
—¡No confraternicéis con el enemigo! —le reprendió Sigericörn— ¡Soldados de Argantilla de Abajo! ¡Carguen contra el enemigo!
—¡Ballesteros! —llamó Lorenzónidas— ¡Disparen contra el enemigo!
—¿Por qué? —preguntó uno de ellos.
—¿Cómo que por qué? —respondió Lorenzónidas atónito— Porque son el enemigo.
—A mí no me han hecho nada.
—Ni a mí.
—¡Por supuesto que sí! —rechazó el rey—. Han venido a atacarnos. A violar a vuestras mujeres, a quemar nuestras casas…
—¡Eh! No se líe, que eso es cosa de nuestro rey. Nosotros no tenemos ninguna intención de nada de eso —intervino un espadero.
—¿Cómo que no? —protesto Sigericörn—. Vamos a combatirlos porque han jurado muerte y decadencia sobre nuestras tierras, tienen costumbres heréticas, tienen armas de catapultaje masivo, os quitan el trabajo…
—¡Nosotros no hemos hecho nada de eso! —dijo un ballestero desde la almena.
—Yo creo que nos están liando —dijo un espadero.
—¡No importa! —le cortó Sigericörn, algo incómodo—. ¡Soy vuestro rey y os ordeno que ataquéis ese castillo para mí!
—Eso de que lo ordena no me convence. ¿A qué viene tanto marimandismo?
—¡Soy vuestro rey!
—Pues yo no le voté.
—A mí nadie me dijo que tendría que matar a nadie —replicó otro espadero.
— ¡Pero si eres un soldado! —respondió Sigericörn, incrédulo.
—En la publicidad decía: «Aprenderás una profesión. Viajarás. Harás amigos.» Pero en ningún lado decía nada de «matarás a gente que no te ha hecho nada». Y dicho sea de paso, no he aprendido nada ni hemos viajado.
—A nosotros nos vendieron la misma mentira, y en todo este tiempo no hemos salido del castillo ni una vez —protestó un ballestero y el resto se le unieron.
—¡No confraternicéis con el enemigo! —ordenó Lorenzónidas.
—Por nosotros, podéis veniros al pueblo cuando queráis —invitó un bajoargantillense
—Tendríais que ver nuestra plaza de armas —respondió el ballestero—. Se echan unos partidos de futbol que no veas.
—Pues podíamos jugar uno. Los de Arriba contra los de Abajo —se ofreció un espadero.
—O casados contra solteros —ofreció otro.
—¡Venga!
—¡Ya está bien! ¡No toleraré este comportamiento más! —gritó Sigericörn— ¡Ejecuten a ese traidor inmediatamente!
Los soldados se interesaron de pronto en la punta de sus botas o arreglarse el uniforme, más que en cumplir la orden.
—¡No me habéis oído! ¡Ejecutadlo inmediatamente o rodarán más cabezas!
—Pues las va a tener que cortar usted solito, porque no vamos a matar al Cedoic, que es un compañero de toda la vida.
—Y no se ponga tonto que le superamos en número.
—¡Traición! ¡Esto es altísima traición! —clamó el rey.
—Baja traición, que somos de Argantillas de Abajo —bromeó un soldado, y hubo risitas.
—¡Ejecución sumaria para todos!
—Oiga mire, nos está tocando las narices con sus gritos, sus amenazas y sus guerritas. Usted ha liado todo este follón por sus cosas, y ahora quiere que nosotros nos liemos a matar a gente que no nos ha hecho nada, o a morir en el intento —dijo un espadero acercándose a Sigericörn.
—Nosotros lo elegimos como rey en su momento porque prometió que nos llevaría a la prosperidad y el esplendor, y lo único que ha hecho es liarnos y mentirnos. Creo que si alguien ha traicionado a alguien es usted a su pueblo.
—¡Por aquí arriba pensamos lo mismo! —dijo el ballestero.
—¡Qué queréis decir! —le increpó Lorenzónidas.
—Que vamos a jugar a futbol —respondió otro espadero.
—¡Eso!
…
Tras la paz declarada entre ambas Argantillas, por una guerra que nunca llegó a tener lugar, en la plaza de armas del castillo del reino de Argantillas de Arriba se estaba celebrando el primer partido de futbol entre ambos reinos, y cuando terminara, irían a Argantillas de Abajo para celebrarlo con una barbacoa y cerveza regional.
Una patada más fuerte de lo normal lanzó la pelota por encima del muro y se perdió en el horizonte.
—Que bestia eres Bartolo. El balón a hacer puñetas.
—Bueno, aún nos queda el otro.
Colocaron la cabeza del otro rey en la línea de córner y, con un pase, continuó el partido.
Esto me recuerda a la Tregua de Navidad y las anécdotas de «disparos a no dar» de la I GM:
https://es.wikipedia.org/wiki/Tregua_de_Navidad
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Que casualidad
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