
No estoy disfrutando del viaje en barco aéreo en absoluto. El primero y último.
Prefiero los tradicionales, los de mar. Pero, como la ciencia mágica ha puesto los barcos voladores al alcance de los turistas, los clásicos están desapareciendo rápidamente. A mucha gente le encanta esto de volar por los cielos pero, definitivamente, no soy uno de ellos; he descubierto que me aterra volar.
Salí de mi camarote solo por enfrentarme al miedo y no ser tachado de cobarde.
Ni siquiera me interesa ver ese grupo de pegasos del que la gente está hablando con excitación. Seamos francos, no estamos diseñados para surcar el aire. Si algún dios (cualquiera) hubiera querido poner a las personas en las nubes, nos habría dado alas como a esos caballos voladores. ¿Qué hacemos aquí arriba? La gente se empeña en conquistar zonas imposibles.
Una señora me anima a ver las vistas y esos malditos aeroequinos. No gracias, desde aquí puedo ver bien. Ahí están las nubes, el horizonte… Tengo suficiente. Ni por todos los toquens del mundo voy a acercarme a la barandilla.
Además, ¿y si el barco tiene una sacudida y caigo al vacío? ¿Acaso esos bichos van a salvarme? Lo dudo.
¿Y esa… niebla verde, por llamarla de alguna forma, que sale de la chimenea? Es inquietante. Con esa variedad de tonos del verde fluyendo como un vapor extraño, a diferencia del clásico humo denso, oscuro. Por lo visto, es el resultado de limpiar los residuos de la magia que hace posible que el barco flote.
Me pregunto qué tipo de mecanismos hacen eso posible. ¿Será magia pura, hechiceros concentrándose constantemente o algún sistema alquímicos? En cualquiera de los casos, no entiendo nada de magia y eso no ayuda nada.
También podría atacarnos algún animal gigante volador, como las águilas gigantes o un ave fénix. Este barco no tiene pinta de estar preparado para defender de un ataque.
Oh cielos, ¡piratas! Un grupo de piratas podría atacarnos en cualquier momento y estaríamos a su merced.
No vuelvo a volar en mi vida, lo juro. Tiene que haber algún barco de mar todavía, aunque me cueste una fortuna.
A ver, Androlfos, tranquilízate. Estoy exagerando. La tripulación parece tranquila. Debe ser una buena señal. Si algo pudiera ir mal, estarían preocupados. Ellos saben perfectamente si estamos en territorio de animales hostiles, o si puede haber tormentas.
No había pensado en las tormentas. Un rayo podría destrozar esto, quizá.
Otra vez. Respira hondo. No va a pasar nada de eso. Según las estadísticas, los viajes aéreos son mucho más seguros en comparación con los navales o terrestres. Hay cientos de accidentes por viajes en mar.
Será mejor volver al camarote. Una siesta me sentará bien. Por lo menos, si paso dormido el resto del viaje no le daré vueltas a la cabeza. ¿Pero, no sería mejor estar consciente en caso de emergencia?
Un momento, ¿no es aquel caballero un mago? Desde luego tiene toda la pinta; sus ropas, la barba. Está observando algo muy atentamente. Voy a acercarme, con mucho cuidado no vaya esto a dar una sacudida.
Ahora puedo ver mejor. Es una esfera de cristal. La observa fijamente. Debe estar viendo el futuro o algo. Sonríe con satisfacción.
¡Ah! Aquí lo tienes Androlfos. Si un mago puede ver el futuro y está a bordo, es porque nada va a salir mal, ¿no? Su presencia es una garantía de seguridad.
Esto me tranquiliza un poco. A veces las personas somos tan simples. Como algo tan sencillo puede haberme aliviado mucho más que estudios estadísticos. Iré a hablar con él, pueda explicarme como funciona este ingenio.
—Buenos días caballero. ¿Le importa si me siento a su lado? —El mago (eso sigo creyendo), asiente sin hacerme mucho caso—. Es increíble los tiempos que vivimos, ¿verdad? Barcos volando. Nunca lo hubiera creído real cuando era niño —Intento romper el hielo, pero se limita a devolverme la mirada y asentir en silencio—. Perdone si le molesto, pero, ¿es usted mago, verdad?
—Sí. Hechicero profesional.
—Verá, me dirijo a Argilidar para encargarme de ciertos negocios familiares. Y usted, ¿porqué viaja allí? ¿Trabajo, placer…?
El mago se encoge de hombros. Desde luego no es muy amigo de las conversaciones ociosas. Ahora veo su expresión tornarse más oscura.
—Mi mujer me dejó por otro. Además, me han despedido de mi trabajo y tengo una cantidad de deudas imposible de pagar —vuelve a mirar intensamente la bola—. Solo quiero morir y que todo termine de una maldita vez.
Dios santo. Ahora entiendo.