Hace tiempo, la autora del blog «Pensando en voz escrita» me recomendó el libro «La verdad sobre el caso Harry Quebert».
Más que recomendar, insistió insaciablemente hasta que me lo leí para que se callara.
La cuestión es que el libro me gustó mucho, pese a que el género detectivesco no es mi favorito. Es un género que me frustra mucho; me paso casi todo el libro intentando averiguar lo que pasó, para que en las últimas cincuentas páginas el autor se saque algo de la manga y me lo mande todo al garete. Muy frustrante.
No obstante, y sin arruinar el libro a nadie, este está muy bien narrado, engancha, tiene sentido y los giros están bien apañados. Supongo que no sorprendo a nadie diciendo que hay giros, ¿no?
No obstante lo que más me gustó en sí, es el tema del escritor que hay. Casi parece que la investigación es una escusa para escribir sobre las tribulaciones de un escritor que se considera a sí mismo un fracaso porque sufre el bloqueo (esto sale casi al principio), lo que hace a un escritor bueno, el concepto de la importancia de la cosntancia y el trabajo duro, hacer deporte, y gaviotas. Muchas gaviotas.
Pero no estoy aquí para comentar el libro, porque ya hay reseñas a patadas. Como ya he hecho en otras ocasiones, me voy a limitar a aportar mis citas favoritas. No os preocupéis porque casi todas son relativas al mundo de la escritura y no diré nada que no deba decirse.
En cuanto a lo de escribir una gran novela, no se necesitan grandes ideas: conténtese con ser usted mismo y lo conseguirá con toda seguridad.
Las obras maestras no se escriben. Existen por sí mismas.
Todo el mundo tiene demonios. La cuestión es simplemente saber hasta qué punto esos demonios son tolerables.
Eso es lo que le apasiona a América: las historias de sexo, las historias de moral. América es el paraíso de la pilila. Y ya verán ustedes, de aquí a unos años nadie recordará que el señor Clinton levantó nuestra desastrosa economía, gobernó de forma experta con una mayoría republicana en el Senado o hizo que Rabin y Arafat se estrecharan la mano. En cambio todo el mundo recordará el caso Lewinsky, porque las mamadas, señoras y señoras, permanecen grabadas en la memoria.
—Harry, ¿por qué los escritores están siempre tan solos? Hemingway, Melville… ¡Son los hombres más solitarios del mundo!
—No sé si los escritores son solitarios o es la soledad la que empuja a escribir.
—Escriba porque es el único medio para usted de hacer de esa minúscula cosa insignificante que llamamos vida una experiencia válida y gratificante.
El arte actual no es más que el resultado de la degeneración del mundo podrido por lo políticamente correcto.

—Usted es exclavo de su carrera, de sus ideas, de su éxito. Usted es exclavo de su condición. Escribir es ser dependiente. De los que le leen o de los que no le leen. ¡Eso de la libertad no son más que gilipolleces! Nadie es libre. Una parte de su libetad me pertenece, al igual que una parte de la mía pertenece a los accionistas de la compañía. Así es la vida, Goldman. Nadie es libre. Si la gente fuese libre, sería feliz. ¿Conoce a alguien verdaderamente feliz?
«Aprenda a amar sus derrotas, Marcus, pues son las que le construirán. Son sus derrotas las que darán sabor a sus victorias»
Seguramente mucha gente no había conocido nunca el amor. Que en el fondo se conformaban con buenos sentimientos, que se enterraban en la comodidad de una vida vulgar y que se perdían sensaciones maravillosas, que son probablemente las únicas que justifican la existencia.
La crisis de los cuarenta, una cana al aire, no son más que tipos que comprenden la fuerza del amor demasiado tarde, y que ven derrumbarse toda su vida.
—En el fondo —dijo—, los escritores no escriben más que un solo libro en su vida.
Convertirse en un hombre magnífico ha sido el colofón de un largo y magnífico combate contra usted mismo.
—Los libros son como la vida, Marcus. Nunca se terminan del todo.
Un buen libro, Marcus, es un libro que uno se arrepiente de terminar.
Las palabras están bien, Marcus, pero no escriba para que lean: escriba para ser escuchado.
Somos escritores porque hacemos diferente una cosa que todo el mundo a nuestro alrededor sabe hacer: escribir.
Cuando tenga una idea, en lugar de convertirla inmediatamente en uno de esos ilegibles cuentos que publica en la revista que dirige, debe guardarla en lo más profundo de sí mismo y dejarla madurar.
Estas han sido mis citas. ¿Cuales son las tuyas?
«Más que recomendar, insistió insaciablemente hasta que me lo leí para que se callara».
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