Recorro el muro con la mano, palpo cada centímetro, busco un resquicio, un hueco. Con los dedos soy capaz de reconocer la aspereza de la pared, incluso cómo la pintura cae a mi contacto, como la piel vieja y reseca de algo abandonado.
Necesito respirar.
No sé como he llegado aquí, ni donde estoy. Estoy en un lugar oscuro, abandonado… cerrado. Especialmente, un lugar cerrado.
No encuentro puerta, ventana o un miserable hueco por el que asomar la cara y sentir algo de aire limpio y poder respirar.
No hay aire aquí. Solo un enorme muro que me aprisiona por todas partes. Muros cuyas paredes están cada vez más cerca. Las siento sobre mí.
Solo hay oscuridad aquí. Y muros flanqueándome.
Me acurruco. Tengo miedo de incorporarme del todo, a estirarme, porque temo golpearme con el techo en la cabeza. Estiro el brazo hacía arriba todo lo que puedo. Con la punta de los dedos puedo tocar el techo rugoso, duro y frio sobre mi. Otro muro. La pintura seca y vieja cae sobre mi cara.
Tampoco hay un hueco en el techo. El aire cada vez pesa más. Está viciado. Apesta a mí.
No sé como es el lugar en el que me encuentro. Solo hay oscuridad. Solo sé lo que mis manos me dicen. El tacto áspero de la pared. La pintura seca y vieja que salta a mi contacto. Rasco con las uñas, en un intento de crear esa fisura que pueda darme algo de aire. Pintura seca cae.
No puedo hacer sino gimotear, suplicar porque alguien me saque que aquí. Grito pidiendo auxilio. Golpeo el muro. Solo hay oscuridad aquí. Y muros rodeándome.
Me arrastro por el suelo, tanteo como un gusano, busco un pozo, un sumidero… pero no hay nada. Solo un suelo rugoso a mi contacto. Muros impasibles a mis súplicas.
No puedo apenas respirar. Muros por todas partes.
Alargo el brazo hacia arriba otra vez. Esta vez puedo tocarlo sin estirarme del todo. Está más cerca. Me aplastará. Lloro en vano.
El espacio se hace más pequeño cada vez y el aire pesa sobre mi pecho.
Los muros me aprisionan.
Tengo el cuerpo empapado de sudor. Y mi corazón bombea a toda potencia. Me acurruco sobre mí, pegado al muro. Suplico que me dejen salir. Suplico por un poco de aire.
Nadie responde. No hay nadie. Solo oscuridad y muros inconmovibles.
Quizá siempre estuvieron ahí.
No tengo aire suficiente
Mis manos recorren, frenéticas, las paredes. Por favor, una grieta. Una grieta. Una pequeña, diminuta, para poder respirar. Para poder gritar. Alguien que me oiga llorar.
Estiro el brazo hacia delante y toco la pared de enfrente. Cada vez más cerca. Se cierra sobre mí.
Estoy muriendo solo. Sin aire. Abandonado.
Mi corazón golpea el pecho. Mis lágrimas se mezclan con el sudor.
Me pesa el pecho. Mis manos recorren histéricas el muro.
Los muros no sienten piedad.
Quiero respirar. Solo respirar. Alguien que me abrace.
Solo hay muros, fríos e impasibles.
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Son los muros de la vida, pero esta vez están sin disfraz. Saludos.
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Creo que eres el único que lo ha pillado
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