Misión Imposible

Don Bernardo Povedilla poseía una cantidad insultante de riquezas y comodidades. Si bien estaba metido en diversos tipos de negocios, el principal era la especulación en el arte. Compraba obras de artistas desconocidos por cuatro duros y, una vez muertos, los lanzaba a la fama mediante campañas de promoción. Entonces, las vendía por cantidades con muchos más ceros. Sobornos, chantajes, juegos sucios y otras estrategias, formaban parte del día a día. Estaba satisfecho con su vida pavimentada en éxito, llena de todo tipo de lujos, pero, especialmente, por su capacidad de conseguir lo que se propusiera.

Sin embargo, no le gustaba la competencia; otro experto en el negocio estaba haciéndole sombra. Como de costumbre, una transferencia a la persona indicada apartaría de su camino, de la manera más expeditiva posible, dicha molestia. El dinero no era un problema, sino la solución.

Con esta idea, había concertado una cita con Balsera, uno de los asesinos más importantes del mundo, a quien agasajaba en su protocolo de dar unas cuantas vueltas introductorias antes de entrar en negocios.

—En el año 793, un grupo de guerreros asaltaron el monasterio de Lindisfarne, en Inglaterra, sin dejar a nadie vivo a su paso. Un acto tan simple fue el inicio de la era de los vikingos. Así de sencillo: querían algo, y lo cogían. Como puede ver, el pez grande siempre se come al pez pequeño. Sin embargo, de eso hace ya más de mil años. Ahora somos más… sofisticados. —Don Bernardo tomó una botella de licor de su mueble bar—. Los asaltantes se adueñaron de todo cuanto quisieron, pero los frailes escondieron unas botellas de whisky. Esta es una de ellas. Tiene un valor incalculable, señor Balsera. No solo está usted a punto de degustar uno de los licores más caros del mundo, sino un elemento histórico. Este objeto ha sobrevivido a lo largo del tiempo para ocupar su lugar en mi licorería personal. —El magnate sirvió dos copas con el valioso líquido y le sirvió uno a su invitado—. Disfrútelo solo; algo como esto no debe estropearse con hielo.

Este lo paladeó en silencio.

—Pero no le he hecho venir para presumir de mi selección de bebidas ni aburrirle con clases de historia. Le he hecho llamar porque hay un sujeto bastante molesto para mis intereses. En este archivo, podrá encontrar toda la información necesaria sobre esta persona. Por supuesto, es libre de averiguar más por su cuenta. Solo debe decirme una cifra, y cerraremos el trato.

El señor Balsera estudió detenidamente la información en silencio. Tras un análisis, habló.

—Conozco al objetivo. Es un sujeto bastante bien posicionado y es conocida su fama de ser intocable por varios motivos. Según su información, cuenta con los mejores servicios de vigilancia, así como sistemas tecnológicos de última generación. Además, un equipo de guardaespaldas ninja mejorados mediante ingeniería genética le protege a todas horas. Su residencia es un bastión inexpugnable, y sus sistemas informáticos rozan la ciencia ficción. Eso solo para empezar. Parece una tarea inalcanzable.

—¿Quizá le parezca asunto algo difícil?

—Bastante.

—Estoy dispuesto a pagar sus honorarios sin discutirlos, incluyendo los servicios de otros asociados para ayudarle en su tarea. Piense en su reputación al eliminar al sujeto más inaccesible del mundo. Lo difícil se quedó en los tiempos de aprendizaje. Señor Balsera, esto no es «misión difícil», sino «misión imposible». ¿Está dispuesto a intentarlo?

—Un momento. ¿Qué quiere decir con eso de «misión imposible»?

El anfitrión se mostró confuso.

—Pues algo extremadamente difícil. Sus posibilidades de supervivencia son escasas. Nulas, de hecho.

—¿Me ha tomado usted por idiota? ¿De verdad espera que me lance alegremente a su misión sin retorno? ¿Estamos tontos? Esto no es una película; es la vida real, y no voy a jugarme el pellejo por esto.

Don Bernardo intentó recuperar el control de la situación.

—Por favor, comportémonos como adultos. Usted es uno de los mejores y, como le he dicho, puede contar con el equipo de apoyo más adecuado a sus necesidades. El dinero no es un problema. De hecho, estoy dispuesto a pagarle el doble de sus honorarios habituales.

—¿De qué me sirve todo ese dinero si estoy muerto? ¿No lo entiende?

—Le daré la mitad de esa cantidad por adelantado.

—No me interesan sus… ¿por adelantado?

El profesional lo meditó un momento.

—Piense en su reputación… en su carrera. Después de este trabajo, habrá ganado más dinero del suficiente para retirarse a vivir con comodidad. Además, será una leyenda: usted hizo lo imposible.

El asesino repasaba las páginas. Sus ojos fueron del whisky de su copa a la botella.

—Tiene razón. Soy uno de los mejores. ¿Sabe usted el motivo?

Povedilla lo miró con satisfacción. Podía detectar el ego en la expresión del asesino.

—Usted y yo somos iguales, señor Balsera. No estamos interesados en tener, sino en conseguir. Gente como nosotros siempre necesita retos cada vez más difíciles. Es nuestra motivación. Por esto, usted es uno de los mejores. Porque siempre va un paso más allá.

—El matiz importante es la palabra «soy». La diferencia entre esa y «era» es el hecho de seguir vivo. No voy a aceptar una misión suicida, a ver si lo entiende. Obviamente me ofrece todo el dinero del mundo; los muertos no cobran. Contrata a un profesional tras otro hasta que alguien lo consiga, aunque sea de casualidad. ¡Muy listo! ¿A cuántos más a ofrecido esta sandez? Todos le han mandado a freír monas, ¿verdad? Pues fría una más en mi nombre. Muchas gracias y buenas tardes. Muy rico el whisky, por cierto. —Dejó la copa de un golpe en la mesa. Aún se le podía oír protestar tras el portazo al salir—. Mandarme a una muerte segura… Cómo están las cabezas… Menuda manera de hacerme perder la tarde…

Don Bernardo miró perplejo la puerta. Tras cinco minutos de espera, quedó claro que el asesino no iba a volver, sacó un bloc de su cajón y tachó el nombre de la lista. Este tampoco aceptaba. Empezaba a dudar de si su cuenta de banco tenía todas las respuestas.

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