Ejercicio policiaca II

Esto es el segundo ejercicio de escritura policiaca para el curso de escritura que estoy haciendo. En él solo había que presentar al personaje principal y sus circunstancias.Usé a Samanta, el personaje que sale en mi segundo proyecto de novela «Cuna de alimañas»

—No me interesa.

El comisario se frotó la frente para calmarse.

—Vamos a ver, Samanta. Haz el favor de ayudarme con esto. Ya sé que has venido de vacaciones, pero estoy desesperado.

La chica respondió en el mismo tono seco y distante.

—Te equivocas de persona, Donlin. Ni soy investigadora ni tengo idea de cómo se hace eso.

—Tu abuela me habló sobre tu colaboración con la guardia de Tolnedra para resolver un par de casos.

—En contra de mi voluntad. No entienden la diferencia entre ser maga e investigadora. Como tú.

La chica no cambió su postura en absoluto, sentada junto a la ventana mientras fumaba con tranquilidad un purito fino.

—Escúchame. Soy un simple comisario rural. No estoy acostumbrado a este tipo de cosas. Los problemas de aquí son disputas sobre si un pozo está en terreno de los Belloto o los Mondongo, o evitar una masacre entre pueblos rivales porque «han ofendido a madre». Esto se me queda muy grande. Tú vienes de un gran burgo; allí estas cosas deben ser comunes. Has estudiado, eres inteligente y muy lista. Recuerdo cuando, siendo niña, siempre conseguías manipular a tus hermanos. Además… eres maga. Podrías… Ya sabes, hacer cosas con hechizos.

El comisario permaneció en silencio, cruzando miradas con la chica, a la espera de una respuesta. Tras un par de minutos, Sam lo miró, pensativa.

—Perdona, no estaba prestando atención. Me lo puedes repetir.

La paciencia del comisario estaba acabándose. Seguía siendo la misma niña repelente, no escuchaba cuando le hablaba, ni hacía caso a nada. Respiró hondo para contener los nervios.

—Tienes estudios, experiencia con la guardia, además de con la magia. Todo eso sería de mucha ayuda ahora mismo para mí.

Samanta respondió en un tono muy tranquilo, de los que enervan aún más a los ya nerviosos.

—La guardia no me enseñó nada. En cuanto a la magia, soy especialista en ilusiones. Hago quimeras, fantasmas. No, no ese tipo de fantasmas. Me gano la vida con la investigación y diseño hechizos; ni soy maga de campo ni sirven para fisgonear nada.

—¡Los investigas y diseñas! Eso suena muy técnico. Te documentarás, ¿no? Harás pruebas, compararás, tendrás un método científico.

Samanta se dio cuenta de su error. Contraatacó rápidamente.

—En cualquier caso, ¿a quién pertenece la mano esa?

—Es un pie. No sabemos a quién pertenece. Ahí está el misterio. Te lo he dicho antes.

—¿No es de nadie del pueblo?

—No.

—¿Forasteros?

—Tampoco.

—¿Cuál es el nombre del chico que se perdió el otro día?

—Nadie se ha perdido, no intentes liarme.

—¿Seguro?

—Completamente.

—¿Has hablado con la familia de la víctima?

—¡Samanta! No sabemos a quién pertenece. No es de nadie del pueblo. Todo el mundo conserva el mismo número de pies del día anterior. Es un extra. Hay dos por persona, más uno. Ese no debería estar en este poblado. O, por lo menos, no sin el resto de la persona. Sí, es un pie. No es una mano, ni una cabeza, ni una oreja. ¡Un pie! Con sus cinco dedos, su tobillo y sus cayos, pero sin persona. ¿Cuántas veces me lo vas a hacer repetir?

—¿No era una mano?

—¡Es un pie! ¡Lo he tenido a esta distancia!

—Vale, pero no entiendo por qué me lo pides a mi.

—¿Otra vez?

—Estaba en otra cosa en ese momento.

El comisario reprimió dar una patada al suelo.

—Da igual. Ya me apaño yo. Le pediré ayuda a la Reme. Buenos días.

Salió de la habitación con un portazo. Samanta suspiró, satisfecha. El mismo truco de siempre seguía siendo efectivo.

No había venido al pueblo de sus abuelos para investigar cosas raras, sino a descansar, buscar inspiración para nuevos diseños. No estaba interesada en el asunto.

Aún así, el comisario decía la verdad. Lo conocía, era una persona honesta, o, al menos, lo fue hace años; la gente cambia. Ella no confiaba en los rumores del vulgo, no tanto porque mintieran, sino porque hablaran sin tener ni idea. Pero, cuando una persona repetía lo mismo en varias ocasiones, al borde de la rabia, debía de estar siendo sincero. La chica no había prestado atención a las palabras de Donlin por un motivo: le importaba más el cómo lo decía. Desconfiar de las apariencias es de primero de mago ilusionista, y uno puede saber muchas más cosas por todo lo que no se dice, pero se expresa. Algo raro había pasado, ¿quién sabe si era un hecho aislado o el principio de algo más grande? Los pies no aparecen sin motivo, con o sin magia. Aunque le fastidiara, un pinchazo interno le hacía sentirse incómoda con algo así pasando cerca de su abuela.

No aceptaba dejarlo en manos de doña Reme, la curandera del pueblo. Esa mujer no adivinaría dónde cagó su perro aunque estuviera pisando las heces.

En cualquiera de los casos, asumía sus escasas opciones. Donlin había pasado años manteniendo la paz de familias reñidas por el control de un pozo en tierras lindantes, o evitaba masacres entre pueblos rivales. Alguien así era capaz de muchas cosas. Lo había analizado durante la discusión. Dedujo cuál sería el siguiente paso de ese perro viejo.

Apagó el purito con resignación.

Bajó con calma a la cocina. Apenas abrió la puerta, su abuela se echó a sus brazos.

—Muchas gracias, Samanta. Donlin me ha dicho que has aceptado.

—Claro, yaya. Seguramente no es nada importante. Algún mago torpe debió pifiarla al teleportarse —mintió.

Dedicó una mirada fría al comisario. Este había cambiado su expresión completamente a una sonrisa de chacal triunfante. Samanta lo maldijo para sus adentros. No era aquel joven comisario, inocente y manipulable. El canalla había aprendido nuevos trucos.

Se puso en pie.

—Cuanto antes empecemos, antes acabaremos.

—Donlin —comenzó Samanta—, ¿podría informarme de qué ha pasado?

El comisario había ganado el duelo, pero no le iba a hacer agradable la victoria.

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