Para el ejercicio del curso de escritura sobre los roles de los personajes, escribí un fragmento para la futura novela «Historia de un mago cretino».
—Si coges a un enano, con toda su potencia, lo metes en…
Hornol interrumpió su conversación con Voloxeria cuando Tobías se sentó en el taburete frente a él.
Llenó la taza de vino y dio un sorbo para probarlo.
—Está malísimo —se quejó Tobías. Se aseguró de que nadie en la taberna los escuchaba—. Prestad atención. Lo tengo todo planeado: lo haremos esta noche.
Voloxeria negó con la cabeza.
—Imposible, tengo una pelea. Mañana mejor.
Tobías suspiró con resignación.
—Pues mañana. Tengo el templo controlado. Por la noche está desierto, cerrado completamente. Hornol, tú abres la puerta, ¡sin usar magia! No quiero explosiones ni escándalos. Entramos rápidamente, abrimos el cofre donde tienen la reliquia y nos largamos a toda prisa. Voloxeria, tú nos protegerás por si hay complicaciones. Debería estar todo tranquilo, pero podría haber algún paladín protegiéndola. ¿Todo claro? Más sencillo imposible.
La mujer, su guardaespaldas personal a media jornada, asintió. Hornol terminó la jarra de vino de un trago. Eructó.
—Por mí, todo bien. pero hay un detalle.
Tobías bufó.
—¡Por supuesto! ¿Qué pasa ahora?
—Vosotros no podéis hacer una mudanza.
—¿Eh…?
—Así llamamos a saquear en nuestra jerga —explicó Hornol en voz baja.
—¿Cómo que no podemos robarla?
—No está permitido.
Tobías quedó en blanco unos segundos, procesando la información.
—¿Estás tonto? Robar va en contra de la ley por definición. Por eso lo hacemos por la noche. ¡Si no, iría ahora mismo, me largaría de allí con la reliquia en la mano, despidiéndome de todo el mundo tan feliz!
—No, primo. Me refiero a que «no está bien visto». Necesitamos la aprobación de ciertas personas influyentes. No pongo las reglas, solo las padezco. Ya tuve un buen mazapán hace tiempo.
Voloxeria se reclinó en su taburete.
—Permisos, licencias… Un absurdo.
—¿Se puede saber de qué diantres habláis los dos? Pese a ser el organizador de todo esto, no me entero de nada.
—La gente de aquí lo complica todo, jefe. Te exigen pedir permiso, en forma de licencias para hacer cosas. En el mar, ves un barco, lo saqueas. Punto. Pero aquí, está todo burocratizado. A mí me dan problemas todo el tiempo.
—Lo tuyo es distinto, prima. Vas por ahí rompiendo huesos sin ton ni son. A tu anterior jefe, le reventaste la cabeza contra el techo.
—Me estaba timando.
—Tomo nota de eso —murmuró Tobías—. Aclaradme lo de los permisos.
Hornol encendió la pipa.
—Necesitas un follón de juramentos, la aprobación de los encargados de ciertos gremios, un montón de mierdas para poder moverte libremente… Así están las cosas. Solo yo puedo entrar en ese templo a hacer cositas. Vosotros deberéis esperar fuera.
—¡Ni borracho te dejo solo! ¡Voy contigo!
—Ni de coña, primo. Se nos echarían encima. No quieres semejante mazapán, te lo aseguro. Pero… puedes meterte en mi cofradía para delinquir tranquilamente. También está Lluva.
—Al goblin lo quiero lejos.
—Pues entonces no hay otra.
—No hagas caso de todo eso, jefe. Hagámoslo igualmente. Si vienen buscando problemas, me ocuparé de ellos. Por cierto, después de saquear el templo, le quiero pegar fuego.
—¿Es necesario?
Voloxeria se encogió de hombros.
—¿Dónde se ha visto un saqueo sin incendio?
—Eso requeriría licencia en el gremio de Incendiarios, aviso.
—¿No podemos ir contigo a modo de aprendices, como asesores o algo?
—Para nada. Confía en mí, no sirve. O formas parte del sistema o estás fuera. Son muy estrictos.
—Ponte como quieras, pero yo le pego fuego. A quien no le guste, me lo puede discutir personalmente.
—Imposible, prima.
Tobías se masajeó la cabeza para aliviar el estrés. Comprobó el vino, pero no quedaba.
—Voy a tirarme a la bebida por no tirarme a las ruedas de un carro. ¡Nori, otra jarra! ¡De este no, del otro! El no caducado.
—Si entráis en mi cofradía, os ahorrareis problemas.
—Hornol, cuando, al nacer, tu madre preguntó si eras chico o chica, la comadrona dijo: «Es cansino. Ha tenido un hijo cansino». No voy a apuntarme a nada. Quiero mantenerme lejos de cosas ilegales.
—¡Pero si quieres saquear una iglesia!
—Mientras nadie me vincule con los hechos, yo no lo hice, ¿entiendes, melón? Si formo parte de un grupo criminal, me complicaría la vida. Podrían expulsarme de la escuela.
—Conmigo tampoco cuentes. Cuando quiero saquear, saqueo. Cuando alguien me toca las narices, lo apaleo. No pido permiso a nadie.
—Eres así de espontánea… —dijo Tobías.
—De todas formas, estáis los dos tontos. ¿Cómo pueden saber quién ha sido? Oficialmente, lo hace el ladrón Hornol, pero entramos los tres. ¿Quién se va a enterar? Vosotros robáis la reliquia esa, yo le pego fuego. Fin de la historia.
—Tienes razón, maldita sea. Todo el mundo tan feliz.
—Eh, no. Afloja. Hacer la mudanza con vosotros, bien. Pero del incendio, ni hablar; no tengo licencia para eso. Los de ese gremio tienen la mecha muy corta para el intrusismo.
—Un momento —dijo Tobías, recapacitando—. Tienes el don de hacer estallar las cosas en llamas cuando los hechizos se te van de las manos. Te expulsaron de la academia por ser el amo de la combustión espontánea accidental. ¿No te tienen en la lista negra?
—Los tengo mosqueados, pero nunca han podido probar nada.
Todos callaron cuando la mesonera trajo la jarra de vino. Una vez se hubo ido, Hornol aportó una idea, entusiasmado.
—¡Tengo una idea! ¿Y si mudamos la reliquia en otro país? Todo eso de las licencias es cosa de aquí.
—Cállate. Vamos a hacer lo que ha dicho Voloxeria. Si no os gusta, me hago pescador, porque me tenéis harto. Tú, en calidad de ladrón oficial, perfectamente homologado, abres la puerta del templo de las narices. Entramos todos. Robamos el chisme ese y nos vamos. Déjame terminar, Volox. Sin embargo, tener los papeles en regla no te exime de ser un atolondrado; en tus prisas por entregar el producto a tu contratante, te dejarás la puerta abierta por error. Aprovechando esto, alguien, completamente no censado, aprovechará para colarse e incendiar el templo por amor al arte. ¿Está bien así? ¿Contenta? ¿Contento?
—Me parece bien.
—Mientras nadie pueda probar nada, me gusta.
—¡Gracias a Dios! Pues manos a la obra.
—Afloja, primo. Hablemos del contrato. Hace falta uno. Además, el gremio de saqueadores se lleva una parte, tenlo en cuenta.
—La madre que te parió, Hornol…
La promoción
En el amigo invisible de este año, en tu trabajo te ha tocado ese compañero/a que no conoces de nada. Cuando sacaste el papelito con su nombre preguntaste «¿quién coño es X?». No sabes que regalarle. No tienes tiempo ni ganas. Ahora, yo, te ofrezco la solución a todos tus problemas.
Historias simpaticas (o no), de terror (o no), de fantasía (o no) ¡por el quivalente a tres pelotas y media de golf, señora!
Buen trabajo!!
Me gustaMe gusta
gracias
Me gustaMe gusta