Querido diario, dos puntos.
El otro día una amiga me preguntó que porqué tenía el cuadro de los comedores de patatas de Van Gogh en la página de Fb y en Twitter, y también en la primera entrada del diario.
Normalmente la gente no se fija en estas cosas, pero cuando me conoce, sabe que me encanta meter mensajes ocultos, y las cosas las hago con idea. Aunque otras veces las hago de forma totalmente aleatoria y porque me hace gracia, como cuando le regalé unas flores a una amiga solo porque venía con una advertencia que decía “peligro, no comer estas flores”. Así que me balanceo entre el caos absurdo y el orden meticuloso.
La cosa es que, en este caso, el motivo por el que tengo esa imagen es por dos motivos.
El primero es por la historia tras ese cuadro.
No soy un entendido de arte y menos de Van Gogh (ni siquiera es de mis pintores favoritos. La verdad es que no me gusta mucho), pero desde mi punto de vista y en base a lo que decía la grabación de la guía cuando visité el museo de Van Gogh en Amsterdam, ese cuadro marcó un punto de inflexión en su carrera.
Hasta entonces, el buen señor se dedicaba a pintar la gente de campo, los campesinos y toda esa gente haciendo sus cosas de campesinos y de gente de campo. Para él (Van Gogh), le parecían gente maravillosa, y donde otra persona vería manos ajadas y rostros desgastados por el trabajo duro, él veía gente trabajando de forma humilde y honrada de lo que daba el fruto de su trabajo. Y más o menos así los representaba en sus cuadros.
Los comedores de patatas, representa una escena en la que una familia está comiendo de forma humilde las patatas que ellos mismos han sembrado y recogido, todos juntos en familia, compartiendo, ayudándose y todo eso. Para el pintor, algo maravilloso.
Así se lo envió a un amigo (no recuerdo quien), emocionadísimo con su cuadro de familias humildes y trabajadoras.
La cosa es que, o bien no lo supo presentar, o su amigo veía las cosas de otra forma, pero le dijo, más o menos, “tio, replanteate la vida”. Le puso el cuadro a parir y le dijo varias cosas más que a Van Gogh le cortaron el rollo y le dio la bajona.
Momentos jodidos.
Es como cuando una amiga leyó mi “versión definitiva” del mago cretino, y me dijo “esto es un boceto, ¿verdad?”. Pues te dan una hostia de realidad, que no te veías venir, que te pone en tu sitio.
Cuando Van Gogh creía que estaba en la cumbre de su carrera, no había hecho más que empezar el entrenamiento de verdad. ¿Qué hizo? ¿Se puso a llorar y a destrozar sus pinceles, clamando al cielo que nunca jamás volvería a pintar?
Pues seguramente sí. Como yo hice con mi novela, que quería quemar el ordenador.
Pero la cosa es que Van Gogh, cuando se repuso de su pataleta, se fue a nosedonde (que el museo lo visité hace unos años y esto lo estoy redactando de memoria), a aprender a pintar de nuevo.
La moraleja de esto es que cuando uno cree que lo está petando, pues resulta que no; aún queda mucho que aprender y mejorar.
Pero se puede hacer. Te recompones y te dedicas a reaprender a hacer las cosas, para reescribir el libro las veces que haga falta hasta parir algo bueno y aprender en el proceso.
Y ya mañana, escribiré el segundo motivo, que es más épico, creo yo.
Por cierto, a todo esto, espero la historia que contó la guía sea cierta, porque si no, todo esto no vale nada. Pero con lo que me costó la tontería, más vale que lo sea, porque el museo de las narices, barato no es.
Sí que nos fijamos en las fotos, pero no preguntamos el porqué de esas fotos.
No me perderé el segundo motivo, que me has dejado con la intriga.
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Y dolor de barriga
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