Querido diario, dos puntos.
He tomado la decisión más dura que podía tomar. Ya no solo como persona, sino como escritor.
Pero la he tomado y la voy a llevar hasta el final, con todas sus consecuencias, que sé que van a ser muchas.
Pero si dejé de fumar, y si conseguí aprendí a montar en bicicleta con treinta y nueve años, podré hacer esto también.
Dejo el café.
Llevo unos veinticinco años tomándome un café directamente cuando me levanto, en plenas ayunas porque soy de esas personas que hasta que no se lo toman, no son personas.
La cuestión es que llevo años con acidez de estómago, y parece que el café puede ser la causa. Así que voy a dejarlo y a sustituirlo por té earl grey, que también me gusta, pero no es lo mismo.
Va a ser duro, va a ser difícil, voy a pasar por momentos complicados e incluso es posible que vea un bebé gateando por el techo. Pero voy a darlo todo.
No obstante, lo que más me inquieta es que mi vida de escritor gira entorno al café; me gusta escribir en cafeterías. ¿Qué voy a hacer ahora? ¿Pedir un chocolate, como si esto fuera Hogwarts?
Todo lo que he escrito ha sido bajo los efectos de la cafeína, maldita sea. ¿Será el inicio de una era de escritura basada en el cacao e ir ciego de azúcar? ¿Qué patata de escritor es esta?
¿Me pasarán situaciones como en el cine?
—Ponme otro chocolate, Sam.
—¿No crees que has tomado suficientes chocolates, Johny?
—¡Yo te diré cuando es suficiente, maldita sea!
No me alcoholizo, no fumo, no soy putero… vaya una mierda de escritor bohemio que soy. Solo tenía el vicio del café y ya ni eso. Por lo menos me queda llevar gafas.
Como diría el de «Te lo resumo»; adiós Juan Valdés, que la fuerza de acompañe.