Esta historia pertenece al mundo «Héroes de Pandereta».
En un lugar de Lacre, cuyo nombre quiero acordarme pero no me sale, una carretera atraviesa un bosque, separándolo en dos: el bosque Pikolín y el bosque Anodino.
Dicha carretera une varios pueblos y burgos, entre ellos, Tolnedra, uno de los burgos más grandes e importantes del país.
El camino es transitado con bastante frecuencia por carretas y transportes de todo tipo, llevando mercancías para su venta, llevándolas desde su fuente hacia alguna población para su trabajo, o llevando viajantes de un lado a otro.
El bosque Pikolín es famoso por albergar numerosas leyendas y fábulas sobre seres misteriosos, duendes, fantasmas, y por supuesto brujas. Por otro lado, el bosque Anodino es, pues eso, bastante anodino.
Gariboln, era carretero de profesión y forma de vida. Se había dedicado a llevar y vender toneles de cerveza entre poblaciones desde que era niño, siguiendo su tradición familiar, y por ese motivo había frecuentado esta carretera como su camino acostumbrado. Por supuesto, estaba bien al tanto de las leyendas que sobre él circulaban. Los carreteros y demás profesiones itinerantes tendían a compartir historias y leyendas en cualquier posada en la que se encontraban y se alertaban y ponían al corriente de las novedades que los caminos podían tener.
Sentado en la carreta, fumaba su pipa en calma, contemplando los arboles del bosque a ratos y cerrando los ojos a otros, casi adormilado. Tan ensimismado estaba, que no se dio cuenta de las mulas cambiaron su camino y se adentraron por un recodo, atraídos por el sonido distante de una flauta.
Sin previo aviso, las mulas se detuvieron, y esto sacó al carretero de su sueño. La causa era que una roca enorme estaba bloqueando el camino. Era lo suficientemente grande, y el camino lo suficientemente estrecho, como para no permitir vadearlo.
Tras unos minutos de confusión, en los que no reconocía dónde estaba, reaccionó.
— ¡Maldita sea mi suerte! —protestó—. ¿Cómo voy a continuar el camino ahora? ¡Maldita roca!
Bajó de la carreta con más torpeza que gracia, y examinó la piedra. Esta, era casi tan alta como él, y no es que él fuera muy grande, ya que era un enano de pura raza. Intentó empujarla un par de veces. Primero en una dirección, luego en otra. Pero no cedía. El pedrusco era inamovible.
— ¡Puñetera roca! —dijo con un puntapié— Tenías que ir a caerte justo aquí, cuando tenía que pasar. ¡Por qué tiene que pasarme esto a mí! Y en medio de este bosque encantado.
Así estuvo quejándose y empujando sin resultado la roca durante un rato, mientras las mulas seguían a sus cosas de mulas, que es más bien poco. Por fin, se dio cuenta de que alguien lo observaba entre los árboles.
Gariboln, se volvió de inmediato para saber qué era aquello que lo observaba.
Asomando desde detrás de un pino, una cara se dejaba ver. No era una cara humana, sino de una criatura que lo parecía, pero con rasgos de animal.
— ¡Holi! —dijo la dueña de la cara con jovialidad. Ahora que ya había sido descubierta, salió de su escondite— ¿Qué haces? ¿Por qué le pegas a esa roca? ¿Ha sido mala contigo? —la criatura se acercó a la roca y la examinaba de cerca, buscando algo en ella—. ¡Roca mala! —la amonestó.
El carretero no daba crédito a sus ojos. La joven, o al menos parecía ser una chica a sus ojos, tenía una nariz aplanada y ancha, pezuñas en lugar de pies, un rabito corto, orejas muy largas y puntiagudas, el cuerpo estaba cubierto por un vello suave y corto, y de su frente nacían unos cuernos curvos y estriados. Y además, a excepción de un zurrón de piel que le colgaba en bandolera, iba completamente desnuda. No cabía duda de que era una fauna. Nunca había visto una, aunque algunos de sus compañeros aseguraban haberlo hecho.
El carretero no era capaz de decir palabra de tan sorprendido que estaba. Por un lado sentía miedo ante algo así, pero por otro lado, no había nada en ella que le pudiera parecer amenazador, excepto su desnudez, que para alguien como Gariboln era algo… amoral.
— ¿Sabes? A lo mejor si somos muy maleducados con ella, se enfada y se va —dijo la fauna—. Pero no creo que funcione. He visto a otras personas hacer lo mismo, y no funciona. Las rocas tienen eso, que no suelen hacer caso a lo que se les dicen. ¡Son muy testarudas! — dijo asintiendo efusivamente.
Gariboln seguía mirándola, anonadado.
— ¿Por qué no dices nada? —preguntó ella—. ¿A dónde llevas este carro? —y antes de que el enano pudiera abrir la boca, la fauna ya había saltado al carro y estaba olisqueando los barriles—. ¿Qué hay aquí? Huele bien. ¿Es cerveza? Me gusta la cerveza, aunque prefiero el vino. ¿Quieres vino? Tengo de sobra —añadió sacando una bota de vino de su zurrón, y se lo enseñó agitándolo al aire para llamar su atención hacia la bota.
—Eh… sí, me gusta el vino, Muchas gracias —y tomó la bota.
Dio un trago no muy seguro si sería buena idea beber nada que alguien del bosque le diera, pero no quería parecer descortés. El vino le pareció muy agradable, y le dio un par de tragos más. Tras ellos, se sintió más tranquilo y cómodo.

— ¿Cómo se abre esto? Es muy pesado. Seguro que es más pesado que esa roca —dijo la fauna hurgando un barril— ¿Tienes cocholate? ¿O chololote? ¿Cómo se llama? ¡Nunca me acuerdo! Que fastidio. Pero me gusta mucho. ¿Tienes? ¿Tienes?
— ¡Eh! ¡No abras eso! Lo vas a romper ¡Baja de ahí! —le dijo, ahora más confiado.
—Vale, pero no te enfades conmigo. ¿Estás enfadado? —dijo ella con voz arrepentida— ¿Por qué no me cuentas a dónde llevas todo esto?
—Tengo que llevarlo a Perilla del Bernejal, y voy con retraso. Esa maldita piedra me está estropeando los planes. No tenía mejor lugar que caer que en mi camino. ¿Por qué me tienen que pasar siempre estas cosas? ¿Por qué? ¿POR QUÉ? —voceaba Gariboln al aire.
—Piedra mala. Eso no se hace —volvió a reprender la fauna a la piedra—. Debería darte vergüenza andar molestando a los humanos, y metiéndote en sus caminos.
— ¡No soy humano! —se quejó el carretero—. Soy un enano —aclaró con orgullo.
— ¿Ah sí? —respondió ella, y lo miró muy de cerca, examinándolo al detalle. Gariboln se estaba sintiendo muy incómodo—. No veo diferencia. ¿Qué hacen los enanos?
— ¿Cómo que qué hacemos? —protestó—. Déjate de impertinencias. Tengo que hacer algo para apartar esta roca, o si no me voy a quedar aquí toda la noche.
—Por mi vale. Puedes quedarte a dormir, hay sitio de sobra en el bosque —respondió con alegría entre brincos y risas—. Podemos hacer un fuego, y contar cuentos, y yo puedo tocar música, y tú me puedes contar historias de tus viajes. Nunca he salido del bosque. ¿Qué hay fuera del bosque? —preguntó mirando al infinito, con una mano haciendo de visera, intentando ver lo más lejos posible
—No vamos a hacer nada de eso, porque no me voy a quedar aquí. Voy a mover esa roca aunque sea lo último que haga.
Aseguró y empujó otra vez la roca, con el mismo resultado que antes.
—Vuestro enano es algo cabezota, ¿no? —comentó la fauna a las mulas. Estas la miraron con mirada de rumiante—. Lo sabía.
Con un salto grácil de cervatillo, la fauna se sentó sobre la roca, y comenzó a toca una flauta compuesta por varios tubos.
—Deja de tocar la flauta y ayúdame a empujar —gruñó el carretero.
— ¡Jolín! Los humanos siempre gruñendo y con prisas.
— ¡No soy humano! Soy enano.
— ¡Pues sois igual de quejicas! ¿Por qué tenéis todos tanta prisa? Torda dice que la gente del burgo tenéis prisa siempre para hacer cosas rápidamente para poder hacer más cosas con prisa.
— ¿Quién es Torda? —preguntó entre dientes, mientras forcejeaba con todas sus fuerzas—. Creo que se ha movido un poco…
—Torda es un brujo que vive en el bosque. ¿Lo quieres conocer?
— ¡Un brujo! ¿Hay brujos aquí? —respondió parando en seco.
— ¡Claro! Hay brujos, brujas, druidas… ¡Hay de todo! Y son mucho más simpáticos que tú. Además, no sé por qué te preocupas si tu problema va a solucionarse pronto.
— ¿Cómo que se va a solucionar?
— ¡Adivínalo! Adivina, adivinanza…
El carretero bufó con impaciencia. Sus fuerzas estaban flojeando de tanto esfuerzo y sin conseguir nada.

La fauna, en cambio, parecía no cansarse nunca, y ahora estaba tocando una melodía, según había asegurado, para tranquilizar a la roca.
Por fin, el enano se rindió, se dejó caer y se sentó apoyado en la roca. Encendió una pipa y asumió su destino: iba a pasarse el resto de su vida en ese camino, por culpa de esta roca. ¿Por qué tenía tanta mala suerte? ¿Qué había hecho él para merecerse esto? Trabajaba honradamente, no daba problemas, pagaba sus impuestos y acudía a rezar al Carnero siempre que podía. «¿Por qué?», esa era la pregunta que se repetía una y otra vez.
El sol comenzaba a ocultarse, y ya estaba dando el tema por perdido, y, cuando un sonido llamó su atención.
— ¡Para un momento! —dijo, y la fauna dejó la flauta. El enano agudizó el oído, intentado reconocer el sonido que se acercaba.
Las grandes orejas de la fauna se movían hacía el camino.
— ¡Yo sé lo que es! ¡Yo lo sé! —dijo excitada y levantando una mano— ¿Quieres que te lo diga?
— ¿Qué es?
—Adivina adivinanza, es una cosa que… —comenzó.
El enano resopló, y se dejó caer otra vez en el suelo.
— ¡Venga! Adivina. Adivina —dijo dando palmas—. Es muy fácil.
—Buenas tardes —dijo una voz surgiendo por el camino.
—Me chafó la sorpresa —dijo la fauna con las orejas caídas.
Otro carro estaba acercándose lentamente, al paso de sus correspondientes bueyes. A las riendas había un señor bastante mayor, con una barba canosa y espesa, y en su boca colgaba su correspondiente pipa humeante.
Gariboln, al verlo, se le iluminaron los ojos; alguien que podría ayudarle. Esta vez de verdad.
— ¡Eh! ¡Buenas tardes! —exclamó como un náufrago al ver un barco—. Por fin aparece alguien.
—Yo soy «alguien»… —se enfurruñó la fauna.
—Me llamo Gariboln. Llevo horas atascado por culpa de esta maldita piedra que me tiene aquí atrapado. Quizá entre los dos podamos moverla y continuar —dijo el enano.
El nuevo carretero se bajó y estrechó la mano de Gariboln con tranquilidad.
—Erfaren, para servir —se presentó—. Hola Silvia —saludó a la fauna.
— ¡Holi!
— ¿La conoces? —preguntó el enano.
—Claro. Paso mucho por la carretera principal. Aunque por este camino ha sido de casualidad. De hecho, ha sido al oír el sonido de la flauta por lo que me desvié a ver que era esa música. Bueno, veamos que tenemos aquí —dijo aproximándose a la roca.
— ¿Crees que podremos moverla entre los dos?
Erfaren soltó una carcajada.
—Ni locos. Esta roca no la podemos mover nosotros; es demasiado pesada.
El enano se volvió a sentir derrotado.
—Pero ellas sí —añadió Erfaren —señalando a las mulas.
— ¿Habéis oído? —les dijo la fauna, poniéndose muy cerca de ellas—. Tenéis que ser buenas chicas y ayudar a estos señores que tienen problemas.
Las mulas le devolvieron una mirada de rumiante ligeramente diferente a la anterior.
Erfaren sacó unas cuerdas de su carro. Soltó a las mulas y le dijo al enano que hiciera lo mismo.
Ató la roca a las cuatro mulas y las azuzó para empezaran a andar. Poco a poco, la piedra comenzó a moverse.
Gariboln, observaba como el camino estaba quedando despejado de una manera muy sencilla, mientras que él había dedicado horas y horas a esforzarse con conseguir nada.
Las mulas tardaron un poco en apartar completamente la roca.
— ¡La de horas que me ha hecho perder esta roca! —exclamó Gariboln victorioso.
—La roca no le ha hecho perder nada, señor mío —explicó Erfaren—. Nadie ha puesto esa roca ahí para jorobarle el día. Estaba ahí porque estaba ahí, son cosas que pasan, y seguiría estando tanto si usted hubiera pasado por aquí como si no. Las cosas pasan. A veces son favorables y otras desfavorables. Lo importante es lo que hacemos nosotros al respecto y que aprendamos a sortear las circunstancias que se presentan. Por eso yo siempre llevo cuerdas—le dijo mostrándole las suyas antes de guardarlas—. Ya estuve en su situación una vez
Una vez las mulas estuvieron atadas a sus respectivos carros y listos para partir, Erfaren se despidió de Silvia y ambos carreteros continuaron su camino, ahora juntos.
Silvia observaba a los carreteros alejándose, pensativa. Tras unos momentos, le dijo a la roca:
—No te preocupes, eres una roca buena —y le dio un beso con cariño—. ¿Sabes? Torda tenía razón, con una roca se puede hacer muchas cosas. Incluso enseñar cosas.
—Podemos repetirlo si quieres; yo no tengo nada mejor que hacer —respondió la roca.
Y se arrastró hasta situarse otra vez en medio del camino, a la espera del siguiente transeúnte. Roca y fauna tenían curiosidad por saber de qué manera resolvería la situación.